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Las elecciones presidenciales en Rusia se desarrollarán entre ayer, hoy y mañana sin duda alguna sobre el resultado final. Vladímir Putin las ganará por abrumadora mayoría y se mantendrá al frente del país hasta 2030. Su quinto mandato. Así se lo aseguran unos comicios a ... los que no han podido concurrir candidatos comprometidos con los derechos fundamentales –por eliminación física o por inhabilitación– y que se celebran bajo un sistema contrario al sufragio universal, sin interventores ni observadores internacionales y mediante un voto electrónico absolutamente opaco. Putin cerró la campaña reiterando su disposición al uso de una tríada nuclear –mar, aire y tierra– que, según el autócrata, sería más destructiva que la «americana». Mientras, miles de familias temen que, tras el recuento trucado del domingo, el Kremlin proceda a un nuevo alistamiento de combatientes para doblegar definitivamente a Ucrania. Con una población conminada a secundar al poder sin siquiera expresar la mínima reserva, un régimen basado en la mentira se aferra a la certeza de que millones de ciudadanos convertidos en súbditos se guardarán lo que piensan de verdad. Lo que se atreverían a pensar en otra Rusia o lo que pensarían libremente lejos de la actual.
Es posible que el escrutinio ofrezca a Putin un respaldo superior al de citas anteriores. Un resultado que guardaría relación con la limpieza paulatina y sistemática también de los propios, con la sublimación de una patria en expansión como expresión de la grandeza colectiva, con el belicismo victimista al que recurren hora a hora los círculos concéntricos del poder y con la icónica presencia de un líder vitalicio que parece inmortal. Las presidenciales no son más que un plebiscito en torno a la promesa de una dirección fuerte sobre el futuro del país frente a las 'blanduras' de los sistemas democráticos, sujetos a los controles de su equilibrio institucional. Punto y seguido de una campaña a paso marcial que insta a rusas y rusos a optar entre la identidad dictada por el Kremlin y sus aspiraciones de ciudadanía, cuando saben que estas últimas están cegadas. Los comicios constituyen una amenaza directa para Europa y para los europeos. Ucrania no puede quedarse como una pieza sacrificable. Ni los valores de la Unión pueden permitirlo ni los Veintisiete albergar esperanza alguna en que esa mezcla panrusa de zarismo, sovietismo siniestro y economía de guerra que encarna Putin se contente algún día con sujetarse a sus fronteras.
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