Secciones
Servicios
Destacamos
La escuela es un lugar donde se entrena el prestar atención a las cosas del mundo y a los demás. La tarea del maestro es descentrar al alumno de su «ego hinchado» para que la conexión con el mundo y los demás se fortalezca. Educarle ... a estar presente. Esto escribe Josep María Esquirol en su libro 'La escuela del alma' al que hice una primera aproximación en el artículo «La puerta de la escuela está abierta» publicado aquí y en el que dejé pendiente dedicar un espacio de reflexión al capítulo IV, del mismo libro, que el autor titula «Felices los que prestan atención: entrenan su espíritu para recibir».
Pero ¿qué tipo de atención? ¿El regulado por las funciones orgánicas atencionales u otro tipo de atención? Veamos.
Todo el mundo sabe lo que es la atención y, seguramente, no hay capacidad cognitiva más complicada y lábil de definir y precisar. Hace unos días el diario La Vanguardia titulaba: «Captar la atención, reto de la vuelta al cole», un reportaje en el que se afirmaba que «el aprendizaje de la concentración es un reto para la escuela del siglo XXI».
En el contexto de la educación, la capacidad de controlar de forma voluntaria el comportamiento ante las indicaciones del profesor es un elemento de valoración del alumno de forma individual y, por extensión, del grupo-clase. Cualquier docente sabe que gran parte del éxito en el arte de aprendizaje consiste en ser capaces de que el alumno controle y mantenga el foco de atención centrado en la información que le permita llegar al estadio superior de aprender, memorizar y tomar decisiones de respuesta ajustadas al propósito que le ocupa. Nos cuenta la doctora en neurociencia Nazareth Castellanos cómo estudios muestran que el cerebro de los alumnos se contagia y sincroniza con el de los profesores, fundamentalmente, a través de la parte frontal del cerebro, que es la que ejercitamos con la atención.
En las últimas décadas la preocupación por la atención se ha generalizado e intensificado. Por una parte, al entenderse que es una capacidad en crisis en una sociedad hiper-estimulada de distracción obligatoria y aburrimiento prohibido. Por otra, la preocupación por la atención se aborda como «una batalla por entrar en nuestras cabezas» (Amador Fernández-Savater) que se iniciaría con el nacimiento de la publicidad en los periódicos desde 1830; que continua, luego, a lo largo del siglo XX, con los avances tecnológicos en la comunicación con la televisión como protagonista y la plena digitalización del s. XXI. A la cima de la preocupación de lo que está pasando con la atención se ha llegado con la generalización de los teléfonos inteligentes a partir de 2017. Sus consecuencias se recogen con interpretaciones como la de Eric Sadin y su teoría de cómo las pantallas fijan nuestros cuerpos y robotizan nuestros flujos de vida para dar respuestas sin demora. La de Johann Hari, en su libro superventas, sobre el valor de la atención, cómo nos la han robado y qué hacer para recuperarla. Y, por último, José María Lassalle se une a la denuncia para recordar cómo se está llevando a efecto un proceso de la explotación de la atención a través de una lógica expansiva de creación, captación y uso de datos generados en el uso de aplicaciones digitales y que son el elemento de cotización bursátil de las grandes tecnológicas.
Esquirol, en cambio, acerca a toda la comunidad educativa y, en especial al profesorado, a otro tipo de atención. No a la capacidad cognitiva y concentración físico-neuro-muscular (abre bien lo ojos), no. En sintonía con las consideraciones de Malebranche y Simone Weil se trata de entender la atención como una disposición que permite que algo bueno nos llegue, a modo de regalo. Inmersos y fascinados con la neurociencia, sus descubrimientos y sus consejos a través de la llamada neuroeducación, hemos buscado soluciones al descentramiento en el materialismo funcionalista y hemos olvidado la importancia de la «disposición del espíritu que permite obtener la razón iluminadora» que dice Malebranche. La disposición de la que escribe Esquirol supone avanzar hacia una manera de ser atenta (más que una técnica) para acercarse a lo concreto y singular de las cosas y las personas. Y sorprende la claridad con la que es capaz de ver cómo la premisa del aprendizaje en las escuelas del alma para niños, adolescentes y adultos, reside en entender el aula como el lugar de práctica del desprendimiento, la liberación y el descentramiento que nos condiciona a no estar presentes (yo estando presente no soy el centro). Es la práctica de lo que los griegos llamaban epojé o suspensión del fardo que todos solemos llevar demasiado lleno.
En conclusión, la atención hay que entenderla y entrenarla como una disposición, una educación de la mirada y del deseo, un detenerse y mantener el control de decidir. Lean 'La escuela del alma'.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.