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La comunidad educativa de Cantabria, que es tanto como decir toda la sociedad cántabra, debe afrontar el reto de poner límites al intrusismo solapado en los institutos de enseñanza secundaria de los teléfonos inteligentes que, pegados al alumnado, perturban la experiencia de aprendizaje, dañan la ... atención y, lo que es más llamativo, alimentan el negocio de las compañías tecnológicas a cambio de la sumisión.
Poner límites a los teléfonos inteligentes en los institutos es separar los dispositivos de los estudiantes, dejarlos fuera de los centros educativos o, si quieren, no introducir los aparatos en los mismos. No vale el eufemismo de 'instituto libre de móviles' con mochilas y bolsos con móviles ¿apagados? Es clara la decisión. Al instituto sin móvil o, mejor dicho, sin teléfono inteligente. Comprendo a los responsables de tomar la decisión. Es mucho el tiempo perdido y difícil de recuperar y dar marcha atrás. Ya el 13% de los centros de Gran Bretaña, por ejemplo, separan a los estudiantes de sus teléfonos durante la jornada escolar. Ahora imaginemos que la medida de prohibir al alumnado acceder con móvil al instituto el próximo curso en Cantabria fuera una medida real. ¿Qué cariz tendría el hecho? Aporto para la reflexión y debate la posibilidad de entender el significado de la prohibición anterior como un acto rebelde, valiente, ejemplar y liberador. Me explico. En primer lugar, un acto de rebeldía como pronunciamiento contra las grandes compañías tecnológicas que basan su negocio en el control de nuestras conductas para extraer de nuestra experiencia, en conexión, los datos o materia prima del que S. Zubboff llama «capitalismo de la vigilancia», convertidos después en un valor de cambio que constituyen, por acumulación, el capital en la nube, propiedad de una nueva clase dominante que para Y. Varoufakis forman el 'Tecnofeudalismo'. Este acto de resistencia, al menos parcial, debe iniciarse y promoverse desde el ámbito educativo si es que éste todavía quiere seguir siendo el faro de reflexión, cuestionamiento y amalgama de una crítica que dé sentido a la búsqueda y entendimiento de unos jóvenes en edades en construcción. Si hay una posibilidad que la democracia facilita es el inconformismo, la no aceptación del poder de las oligarquías y la inercias mentales.
En segundo lugar, una decisión valiente es la que se acomete con riesgo a pesar del peligro y el posible temor que suscita. Y ésta que defiendo, lo es. Aquí los peligros se presentan bajo la forma de la incomprensión y resistencia a una medida que puede ser percibida como intromisión de la autoridad en la esfera de lo privado tanto en el uso como, sobre todo, en la tenencia de un objeto o aparato que es legal a todos los efectos. Así lo pueden entender, los primeros, las familias origen del suministro y mantenimiento de los teléfonos en los menores y un elemento que ha prolongado las aspas del helicóptero de seguridad y control para la tranquilidad de la sobreprotección. Por supuesto que así, también, lo vivirán los propios estudiantes en edad de no admitir consejos ni imposiciones estando bajo la advocación del 'yo controlo'.
Ahora la ejemplaridad del hecho. ¿Quién no admite hoy que la dependencia en tiempo e interés de los teléfonos inteligentes es desmedida? ¿Quién no está de acuerdo y se ha propuesto limitar horarios, espacios y situaciones en los que el uso del dispositivo supera la necesidad, saturando nuestro entendimiento y, las más de las veces, desbordando nuestra voluntad y con ella la intromisión indeseada en la vida de contactos presentes o ausentes? Pues bien, ¿por qué no ayudarnos en el cumplimiento de lo que entendemos que es bueno? ¿Por qué no reforzar el buen ejemplo desde medidas colectivas? Sí, ya sabemos que, como escribe J. Gomá, no se puede confiar conseguir ideales a través de las reformas de las instituciones si no se trabaja antes en la reforma de la vida privada de las personas. Pero, ¿en cuántos ejemplos este camino se ha invertido? Véase fumar. Empecemos en la institución educativa promoviendo lo que el mismo Javier Gomá indica en su libro 'Universal Concreto': «Promoviendo una medida que el ideal de la ejemplaridad oriente y movilice la acción del sujeto moral».
Finalmente, dice Emilio Lledó que «bueno es lo que no daña y mejor si nos ayuda a liberarnos de la primera y más cruel esclavitud de la sociedad de consumo que ha enmascarado la necesidad de vivir en el exceso de vivir sobradamente». La elección de separar el teléfono del estudiante es una elección necesaria de aprendizaje de la libertad, física y mental, que en educación se asume, como recuerda el mismo Lledó, «en el aire limpio y creativo que tiene que ventilar la escuela en los primeros años del proceso pedagógico». Liberarnos de la dependencia y angustia que crea en el cuerpo y en la mente un aparato útil pero adictivo; cultivar la racionalidad, el desarrollo y cuidado de la sensibilidad desde la realidad, no virtual, es un proceso de liberación. Así de sencillo.
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