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Se trata de una educación que no sólo sea pragmática o utilitaria, enfocada a obtener un puesto de trabajo, a lo que tenga una utilidad ... inmediata. Todo lo que va en la dirección del espíritu, de lo humanístico queda postergado. Aunque haya carreras de humanidades, el grueso de la educación sigue teniendo un carácter profesional. Ahora bien, una buena educación ofrece una cualificación, una especialización, pero no se reduce a eso. Se combina con una buena base humanística de reflexión, de capacidad de hacerse las grandes preguntas sobre la sociedad y la vida. La educación ha de proporcionar una formación más básica, más amplia, y más humanística.
La educación humanística, más allá de la excelencia académica, pretende enseñar a los alumnos a ser críticos y reflexivos. No basta almacenar información, el alumno es capaz de desarrollar sus propias capacidades: su autonomía y su apertura para contactar con compañeros y maestros. El alumno deja de ser visto como un contenedor que debe ser llenado con datos y conocimientos. Por su parte, los profesores deben considerar tres principios fundamentales de los alumnos: singularidad, autonomía y apertura. Cada estudiante es capaz de elegir por sí mismo y con responsabilidad, comunicándose y dialogando con compañeros y maestros.
La educación humanista pretende desarrollar las capacidades intelectuales, sociales, morales y afectivas. La ciencia exacta y comprobable no puede ser el fin supremo de la educación. Por eso hay que promover el diálogo interdisciplinar, que es muy necesario para comprender el mundo contemporáneo. Es legítimo y bueno crear foros de diálogo y encuentro. No es que resulte perezoso involucrarnos en esta tarea, es que en ocasiones no vemos la necesidad. Es la educación del hombre libre, con capacidad crítica y creativa al mismo tiempo. Una educación para el diálogo y la convivencia, donde se renuncie a la descalificación y al ataque al que piensa diferente.
La educación que se ofrece en instituciones cristianas o en la formación religiosa en las parroquias, no suele estar a la altura de las necesidades del momento. Reivindicar una educación humanística no es una estrategia, sino fruto de una convicción. Se trata de satisfacer la necesidad del ser humano: buscar y encontrar sentido a la vida. La actividad intelectual es un bien natural, disponible para todas las personas, no es patrimonio de unas élites, ni consecuencia de altos niveles económicos de vida. La vida intelectual, la cultura poseída, sentida, vivida, amada, es fruto de la pasión por el mundo y, sobre todo, de la incansable búsqueda de sentido. No hay que olvidar que para el filósofo Joseph Pieper la vida de ocio es lo contrario a la vida de neg-ocio.
Hay que cultivar la vida del espíritu: ver, comprender y saborear el mundo. Al fin y al cabo, lo que de verdad importa es de una búsqueda del sentido de lo humano y del encuentro con las realidades que trascienden lo humano. La vida intelectual es una fuente de dignidad y abre un espacio a la comunión, a la solidaridad profunda entre los humanos. Es una plataforma crítica ante los mecanismos de subordinación y de alienación.
Y no olvidemos que la fuente principal de sentido es la religión. No es la única, pero sí la principal. El cristiano es alguien que vive con esperanza, porque sabe que tiene un origen y un destino, y sabe que el mundo tiene un sentido. No estamos en una situación de nihilismo, en la que Dios ha muerto o nos ha abandonado.
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