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Durante estas semanas de pandemia hemos asistido a un despliegue de estrategias docentes que parecían salidas de una película del futuro. Hemos visto cómo las criaturas se adaptaban a las circunstancias y cómo la labor del profesorado recibía una auditoría constante por parte de las ... familias volcadas en la misión «no perder nada de curso».
Ahora, junto con la 'desescalada', la ocupación se va desvaneciendo y volvemos a ser quienes nos dedicamos a ello, las personas que nos ocupamos y preocupamos de la educación en este país. Múltiples conversaciones, quejas, sugerencias, ideas de mejora, algunos elogios a la profesión o simplemente lamentos son los que se han sucedido a lo largo del confinamiento. Y, definitivamente, volvemos a lo de siempre: la mayor parte de la sociedad solo se preocupa y se ocupa de la educación cuando tiene familia en edad escolar. Ese es el gran problema. Una vez que esos niños y niñas han crecido se pasa a un olvido del devenir de la educación; se pasa a ignorar los bandazos que dan las leyes que, en la mayoría de los casos, obvian la opinión de la docencia para responder a las inclinaciones del electorado de turno.
Y es que esa visión romántica de la educación, a las románticas, nos pasa una gran factura. Personas con las que te tomas la molestia de explicar de modo detallado, la teoría, la práctica, lo cognitivo, lo holístico y el respeto por el desarrollo madurativo del alumnado y te responden: es tu opinión. Nos dejan en la desazón y el desaliento. No, no es mi opinión. No, no se me ocurre esto de repente. Me he formado, he leído, escuchado a quienes más saben y trabajado durante muchos cursos para saber que cada criatura es un mundo, un mundo que merece ser escuchado y que debe poner voz a su proceso de aprendizaje. Ahora que hemos asistido en primera línea al esfuerzo de la docencia, ahora que hemos visto cómo lo importante son las personas y no tanto los números; ahora que no nos encanta nada el sistema educativo o que valoramos lo conseguido, es el momento de no olvidarlo más adelante. Cuando escuchemos que una nueva ley viene para quedarse, cuando escuchemos que lo que se busca es «crear profesionales» y no personas. Cuando escuchemos que las grandes empresas se ocupan de la educación; ahí justo, paremos, recapacitemos y no pensemos solo en nuestra hija, hijo, sobrino o nieta. Pensemos en que la educación debe ser universal pero responder a cada individuo involucrado. Así que estos días, cuando asisto a loas o menosprecios a la educación y a quienes nos dedicamos a ella; no puedo dejar de pensar: la educación «qué buen vasallo si tuviere buen señor».
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