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Los sentimientos, las emociones interiores que vivimos, son esenciales para la comunicación completa. Los sentimientos son señales de algo que está ocurriendo dentro de nosotros. Para poder comunicarle a otros quiénes realmente somos debemos hacerles partícipes de lo que ocurre en nuestro interior. Por otra ... parte, al acercarnos a la profundidad de nosotros mismos sentimos paz, una gran paz. Es, pues, importante concienciarse de este lenguaje para comprender nuestra forma de reaccionar y de comportarnos. Los sentimientos nos revelan dónde estamos, cuál es el grado de nuestra adaptación a las circunstancias y a los demás. En ellos encontramos el agua capaz de saciar verdaderamente nuestra sed de ser amados, de ser válidos, de vivir en pertenencia y de ser autónomos.
Aprender a educar los sentimientos es hoy una de las grandes tareas pendientes. Los sentimientos son la fuerza que nos impulsa o nos retrae en nuestro actuar. Quienes no dominan sus sentimientos experimentan constantes luchas internas que socavan su capacidad de pensar, de trabajar y de relacionarse con los demás. Cada día se da más importancia al conocimiento propio, al autocontrol y al equilibrio emocional, a la capacidad de motivarse a uno mismo y a otros, al optimismo, a la capacidad para reconocer y comprender los sentimientos de los demás, etc.
Algunos se preguntan: ¿educar el corazón no es caer en el sentimentalismo? Ser persona de mucho corazón no constituye en sí ningún peligro. Pero no se trata de sustituir a la razón por los sentimientos. Ni tampoco lo contrario. Se trata de reconciliar cabeza y corazón, tanto en la familia como en las aulas o en las relaciones humanas en general.
A la persona no siempre le basta comprender lo que es razonable para luego practicarlo. El comportamiento humano está lleno de matices que escapan al rigor de la lógica, y que están relacionados con los resortes subconscientes de la voluntad y los sentimientos. Lo más propiamente humano es ser una persona con corazón, pero sin dejar que éste le tiranice. Es decir, sin considerarlo la guía suprema de su vida. Es la inteligencia quien debe llevar el timón. Educamos el corazón para apasionarnos con ideales por los que merezca la pena luchar.
Debemos ser protagonistas de nuestra propia vida. Porque no estamos atados a un inexorable destino por nuestros sentimientos. Si advertimos, por ejemplo, que nos domina la envidia, o el egoísmo, o el resentimiento, debemos procurar contener esos sentimientos negativos, al tiempo que estimulamos los correspondientes positivos. En nuestro interior hay sentimientos que nos empujan a obrar bien, pero otros como virus infecciosos amenazan nuestra vida moral. Por eso debemos modelar nuestros sentimientos en orden a sentirnos bien con aquello que nos ayuda a construir una vida personal armónica, plena, lograda.
Si una persona logra formarse una idea atractiva de la belleza, de lo bueno, de la generosidad, etc..., es mucho más fácil alcanzar esas virtudes. Y las logrará por un camino menos penoso y más satisfactorio. Por el contrario, si piensa constantemente en el atractivo del mal que desea evitar, lo más probable es que el innegable encanto que a veces tiene lo malo le haga más difícil despegarse de él. Por eso, es bueno profundizar en el atractivo del bien. Que lo bueno nos resulte alegre y motivador es más importante de lo que parece. Muchas veces, los procesos de mejora se malogran simplemente porque la imagen de lo que uno se ha propuesto adquirir no es lo bastante sugestiva o deseable.
La formación de la voluntad implica siempre renuncia. El educador deberá ayudar al educando a ejercitarse en la renuncia, no como algo negativo, porque lo importante no es renunciar a un bien, sino saber optar por el bien mejor. Los educadores y los padres deben presentar la virtud como un bien mayor a alcanzar, aunque implique renuncia y sacrificio. Para ello deben proponer acciones y renuncias concretas como un plan específico para formar la voluntad.
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