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Educar es un riesgo, pero hermoso. Tal vez lo más bello que hay en el quehacer de los padres, maestros, sacerdotes y religiosos. Educar no ... es domesticar. Es acompañar con respeto en el descubrimiento de la vida en todas sus dimensiones: sugiriendo cuestiones, señalando caminos y aprendiendo de los verdaderos maestros del espíritu que han sembrado semillas de bien, de belleza y de verdad.
Pero ya en 2007 Benedicto XVI advirtió de que «hoy, cualquier labor educativa parece cada vez más ardua y precaria. Por eso se habla de una gran 'emergencia educativa', de creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento».
Debemos superar la fragmentariedad que caracteriza el momento cultural de hoy. Volvamos a una visión unitaria no sólo del saber sino de la persona. Para ello focalicemos algunos contenidos referidos a la educación y seamos propositivos con un proyecto que ofrezca certezas. Las hipótesis fascinan, pero la persona necesita certezas para construir la existencia y dar sentido a la vida.
La enseñanza concertada, fundada en los principios cristianos, reconoce al ser humano la más alta dignidad, es hijo de Dios, y, con Terencio Africano, puede decir sin equivocarse: «Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno».
La persona ocupa el centro del proceso educativo. Tiene a la familia como primera e indispensable educadora y por eso cuenta con ella dándole la oportunidad de educar a los hijos según las convicciones de los padres. Practica la pedagogía de la escucha y se interesa por los problemas y aspiraciones de los educandos. Promueve la solidaridad y el compromiso. La educación concertada supone un ahorro para el Estado 3.895 millones de euros, donde se forma a más de un millón y medio de alumnos en sus 2.558 centros. En resumen, la enseñanza concertada se marca dos principales objetivos:
Educar en la verdad. Ante la plaga del relativismo, especialmente en el ámbito ético, es importante educar en el 'sentido' y la búsqueda de la verdad y del valor que ella tiene para asumir una plena responsabilidad. El hombre sólo llega a ser él mismo si se encuentra con la verdad. Las preguntas fundamentales versan sobre el sentido de la vida, del amor, del dolor, del sufrimiento, de la muerte y lo que pueda haber después... Educar en la verdad significa admitir que sólo el esfuerzo y el compromiso conducen a una respuesta con sentido.
Educar para la libertad. No se trata de exigir solamente los propios derechos, sino de la decisión de ser responsable del otro. Verdad y libertad se declinan juntas, porque ambas provienen del deseo de encontrar el sentido de la vida y de la vocación de cada uno. La verdadera libertad es liberación del propio capricho. Se basa en la verdad y por eso sabe renunciar a uno mismo para entrar en un círculo de libertad que sea todavía más grande.
Educar cristianamente no es sólo transmitir contenidos, sino que hay también una perspectiva moral. Consiste en distinguir lo que nos fundamenta o nos destruye, lo que nos separa con insidia o lo que complementariamente nos une. La tradición cultural que cuida la perspectiva moral nunca debe ser manipulada por intereses ideológicos o particulares.
No podemos renunciar al poder transformador de la escuela. No es utopía porque sabemos que a millones de personas les supone mucho acceder a una educación de calidad para construir un mundo más justo, libre y pacífico, preocupado especialmente por los más vulnerables.
El pacto educativo global del papa Francisco debe hacerse en red: centros compartiendo una misma pasión y remando en una misma dirección.
La socióloga estadounidense Ilana Horwitz acaba de publicar el libro 'Dios, calificaciones y graduación' (Oxford University Press, 2022) en el que concluye que la religión tiene un peso muy relevante en la educación especialmente en los chicos de la clase trabajadora.
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