Efecto colateral

Y es que a nadie se le escapa que en la situación que estamos viviendo, con el tráfico reducido al transporte de mercancías esenciales y poco más, se estará emitiendo una cantidad de gases contaminantes a la atmósfera mucho menor de lo habitual. Y el cierre de actividades industriales decretado por el Gobierno también habrá tenido su impacto, al que hay que sumar el de la caída en la demanda de electricidad, que también contribuía. La pregunta que surge es: ¿Se está notando? ¿Ha disminuido la contaminación?

La respuesta es afirmativa. De momento, la concentración de dióxido de nitrógeno en Madrid y Barcelona ha caído a mínimos históricos, anuncia Greenpeace. Efectos similares se están observando en China y en Italia desde el principio de las medidas de confinamiento y paralización de la actividad industrial. También ha disminuido la producción de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero, y de otros gases contaminantes, como el dióxido de azufre y los hidrocarburos aromáticos.

Pero no todos los cambios de actividad ligados a la pandemia tienen reflejos tan positivos para el medio ambiente. Por ejemplo, han aumentado mucho los desechos hospitalarios y las basuras domésticas; y en Italia o Estados Unidos han reducido, o incluso eliminado temporalmente, los servicios de reciclado.

El virus no es el camino para resolver los problemas medioambientales, para eso se requieren reformas estructurales profundas.

El efecto de aire limpio será transitorio, en cuanto se recuperen la actividad industrial y el transporte, la polución volverá a recuperar su lugar preeminente en el cielo de nuestras ciudades. Seguramente empeorará, ya que es de esperar un efecto rebote en la actividad, con la esperanza de reactivar la economía.

Sería una paradoja cruel, tener el aire más limpio que nunca y no poder salir a la calle para disfrutarlo. Ojalá pronto tengamos la oportunidad de respirarlo, aunque sólo sea unos pocos días.