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El efecto Milgram

Milgram fue un jenízaro, de padre húngaro y madre rumana, al que su ascendencia hebrea le condujo a preguntarse si se debe obedecer ciegamente a la autoridad

Nieves Bolado

Santander

Domingo, 3 de febrero 2019, 09:46

El experimento de Milgram consistió en una serie de pruebas de psicología social llevadas a cabo en 1961 en la Universidad de Yale por Stanley Milgram (Nueva York 1933-1984) con el objetivo de determinar el nivel de obediencia que un individuo puede alcanzar incluso con riesgo de entrar en conflicto con su conciencia. Milgram fue un jenízaro, de padre húngaro y madre rumana, al que su ascendencia hebrea le condujo a preguntarse si se debe obedecer ciegamente a la autoridad. No ocultó su sorpresa al comprobar el comportamiento de determinados sujetos analizados, que seguían las órdenes sin más planteamiento que obedecer, sin cuestionarse nada. La obediencia sin excusas es la materia prima con la que se cohesionan los partidos políticos –al fin y al cabo es la base y la fuerza del desmesurado poder que exhiben– pero el acatamiento a las consignas sin posibilidad de réplica pone en peligro la vigencia de algunos valores.

El primero, la inutilidad y el error de votar, por ejemplo, a un individuo creyendo que las decisiones que tomará en nuestro nombre emanarán de sus convicciones personales quizá desconociendo que si sus opiniones son distintas de las del mando, seguro que quedarán arrasadas por la fuerza demoledora de la obediencia ciega. Discrepar de la opinión del patriarca puede conllevar la expulsión del paraíso y el destierro al frío cobijo, si hay suerte, de un grupo mixto, o en el peor de los casos, al ridículo de representarse a sí mismo. El segundo, la ingenuidad de pensar que aún está vigente el concepto de autonomía moral, que ha quedado arrasado. Los partidos, en ocasiones, ni se preocupan en exhibir argumentos que justifiquen la silente obediencia que imponen a los suyos como si del Ejército o de la Compañía de Jesús se tratara. Esa rigurosa obediencia, incluso, carece de la virtud que tuvo el pensamiento de Tomás de Aquino que defendía que obedecer es más seguro y razonable que cuestionar una orden, aunque el santo aceptaba que el acatamiento se desobedeciera si no fuera lícito.

En política, el desobediente, o simplemente quien pretenda actuar fuera de la ley, sabe que se expone a un castigo. La dirección de un grupo político, que busca en la unidad su supervivencia, puede terminar por corromper esta intención porque corre el riesgo de parir un dictadorzuelo –en general, un individuo frecuentemente mediocre– que se caracteriza por un mal manejo del poder. Por eso, es preciso valorar la reacción del alcalde, amenazando sin disimulo a su concejal de Urbanismo, Otto Oyarbide –ambos del PSOE– con retirarle las competencias si vuelve a desoír sus órdenes. El edil está pidiendo abiertamente que el Plan General –un documento imprescindible para el desarrollo de la ciudad y que incomprensiblemente sigue embardalado por la Corporación– sea aprobado este mismo mes para no contaminarle con el cercano inicio de la campaña electoral para las municipales de mayo.

Quizás el PSOE debiera valorar esta advertencia pública –algo más serio que una simple reconvención– a su compañero, concejal de Urbanismo y Vivienda, miembro del Comité Regional del PSC-PSOE, y hasta hace dos días, secretario de organización, administración, y acción electoral de la Agrupación Municipal Socialista de Torrelavega porque puede que le haya dejado en evidencia, menoscabando su autoridad en una materia tan delicada como en urbanismo, a veces vigilado por aviesas miradas e intereses; no sea que vaya a tener razón Miguel Ángel Revilla cuando dice que solo en el PRC no se practica el cainismo. Las microdictaduras a veces son tan sutiles que pueden llegar a pasar inadvertidas. El Índice de Democracia (Democracy Index) elaborado por la Unidad de Inteligencia de 'The Economist', que pretende determinar el rango de democracia en 167 países, asegura que uno de cada tres habitantes del planeta vive, incluso sin ser consciente de ello, bajo una dictadura. Explican estos expertos que la causa del autoritarismo estaría en un gen denominado AVRP1 –que parece ser el que regula la capacidad de ser generosos– y que algunos políticos tendrían en menor grado. Orwell (Motihari, India, 1903-Londres, 1950) , a través de su fantástica 'Rebelión en la granja' –una fábula satírica que cuenta la historia de la peculiar revolución de los animales de una granja contra su dueño, el señor Jones– ya advirtió sobre los líderes porque pueden fácilmente convertirse en dictadores. Aunque quizás sea todo más sencillo aquí y haya que recurrir a la más carpetobetonica advertencia de que –del agua mansa líbreme Dios, que del remolino me libro yo– porque un río con apariencia apacible y serena puede esconder cavidades más peligrosas que las torrenteras y llevarse por delante todo lo que encuentre a su paso.

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