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Existe en astronomía el principio de mediocridad, defendido por quienes creen en la generalidad de la vida como efecto inevitable de la aplicación de ese principio. Si habitamos un mundo rocoso normal, que gira en torno a una estrella como tantas otras en un universo ... formado por trillones de galaxias, no hay razón para suponer que estamos solos. Al principio de mediocridad, ampliamente aceptado, se opone la hipótesis de la Tierra rara, basada en la observación de los planetas de otros sistemas solares, según la cual la aparición de la vida inteligente en este lugar, y en ningún otro, es consecuencia de un azar geológico y cósmico improbable. Pero en el modo del aquí y ahora, del trabajo nuestro de cada día, el principio de mediocridad es otra cosa. Define la ausencia de profesionalidad y compromiso en el ejercicio de cualquier actividad, anteponiendo el qué más da a la busca de la excelencia.
En la reciente presentación en el Ateneo de Santander de 'Rodaje', su última novela, el académico y director de cine Manuel Gutiérrez Aragón, además de relativizar el peligro del lenguaje inclusivo porque en el habla no se usa y su utilización es imposible en la escritura, destacó la mala dicción de los actores españoles. «No se les entiende», dijo el realizador torrelaveguense, que algo sabrá de esto. La primera escena de la película 'El discurso del rey', ya que de cine se trata, resume y ejemplifica lo contrario: el locutor de la BBC mide con cuidado la distancia al micrófono y se aclara repetidamente la voz en un gesto doble de respeto: hacía los radioyentes y hacia sí mismo. Son nuevos tiempos, y a los actores de hoy no se les exige, aunque debiera, la vocalización y la altura interpretativa de Fernán Gómez, Marsillach, Bódalo, Marín o Dicenta, pero sí, al menos, que nos enteremos de lo que dicen.
Otro aspecto del principio de mediocridad tiene que ver con el mínimo nivel cultural exigible a quienes se dirigen al público a través de la radio, evitando transformar en soez lo coloquial, sobre todo en el área deportiva. Los grandes de ayer -Prats, Martín Navas, Marco, Pons, Gozalo- no son mejores que los de ahora sino distintos. Antes se valoraba el relato y hoy la noticia. Pero cualquiera de ellos -omito a los magníficos profesionales cántabros, en la memoria de todos, para no caer en olvidos indeseados- apagaría el receptor, espantado, si oyera frases como las siguientes en la retransmisión local de un partido de fútbol: «está más acabado (un jugador) que Betty Missiego», «tiene pinta (otro jugador) de macarrilla», «¡madre mía, cagüen sos!», «si no la para el portero es gol», «los dos centrales están a pajas» o «se acojonó». Textual. Qué nivel, Maribel. Ya se sabe, el principio de mediocridad.
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