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Uno. Les han llamado de todo: sinvergüenzas, indecentes, caraduras, tramposos, jetas. Solo faltan los insultos del capitán Haddock: trogloditas, ectoplasmas, visigodos, anacolutos, ectoformos... Me refiero, por supuesto, al hecho de que algunos han aprovechado su posición de privilegio para vacunarse. El escándalo es debido ... a que los golfos son demasiados: entre ellos hay políticos, altos cargos, obispos, médicos, militares, jueces; de derechas, de izquierda y mediopensionistas.
¿De qué se sorprenden? Este tipo de comportamiento es más viejo que la orilla de la mar.
Claro que lo anterior no es un consuelo, es natural que esos hechos hayan indignado a la mayoría, y claro que hay que combatir los comportamientos insolidarios. Pero ahora, modestamente, intentaré dar algunas pistas para entender el fenómeno.
Engañar al vecino, aprovecharse de una posición de privilegio, seguir la lógica del «quítate tú, para ponerme yo» es algo cotidiano. Algunos se cuelan en la cola del supermercado, y otros se van sin pagar del restaurante (como son chistosos dicen que hacen un 'simpa'), hay alumnos que copian en el examen, hay ciudadanos que defraudan a Hacienda, y algunos comerciantes y profesionales, en ocasiones, no son del todo «limpios»... Efectivamente, la lista es interminable; y sí, por supuesto, no todas las infracciones de las normas son iguales.
Dos. En el siglo XVII se desarrolló la novela picaresca: 'Guzmán de Alfarache', el 'Lazarillo de Tormes' la 'Historia de la vida del Buscón' cuentan la vida de antihéroes: estafadores, truhanes. Estas obras son hijas de su tiempo: en una época de hambre, de penurias, la escasez provoca este tipo de comportamientos; se trata de luchar por la vida, es cuestión de sobrevivir. En este contexto hay que ser el más pillo, el más espabilado. En este tipo de sociedad, el listillo tiene prestigio, es aplaudido; sus fechorías son juzgadas con benevolencia, incluso se observan con cierta admiración.
Tres. También viene de antiguo la práctica de aprovecharse de las posiciones de privilegio. La historia -la lejana y la próxima- está llena de poderosos que han robado, de dirigentes que ayudan a los suyos: la familia, los amigos, los miembros del partido. El nepotismo, el amiguismo, el «enchufe» son comportamientos extendidos. Algunos sostienen que hay que amar al prójimo, pero..., «del prójimo, el más próximo». Por algo se dice: «El que tiene padrinos se bautiza». Y, en correspondencia, surgen los aduladores.
En el mismo contexto aparecen los «conseguidores»: individuos que influyen ante el poderoso para que este favorezca a una persona o a una causa. En otras ocasiones controlan los mecanismos para agilizar o retrasar un expediente «engrasando» la maquinaria administrativa; por supuesto, sus favores siempre son a cambio de una gratificación (la existencia de sobornos, de comisiones, de «mordidas», no es extraño).
Cuatro. Desde la Psicología Social se sabe que, en situaciones de crisis, cuando se produce el pánico, es frecuente que las normas sociales habituales desaparezcan, que los valores compartidos decaigan y que se actúe bajo la lógica del «sálvese el que pueda». También surgen dos tipos de comportamiento extremo: el heroico, el mayor altruista, y, por otra parte, el egoísmo radical.
Cinco. Detrás de los comportamientos que nos ocupan está la falta de valores sociales. Es decir, la culpa la tiene la insolidaridad y el egoísmo; la ausencia del sentido comunitario. Se trata de una forma de estar en el mundo y de relacionarse con los otros que se caracteriza por la carencia de empatía. El individualismo extremo y el egocentrismo se manifiestan: Primero yo, después yo, siempre yo.
Cuando se extiende la lógica de ganar, triunfar, ascender como sea, a cualquier precio, sin escrúpulos, las consecuencias son, entre otras, los comportamientos que ahora nos repugnan.
Seis. ¿Cómo combatir la insolidaridad? Como digo, estamos ante un asunto de valores. En la base está la honradez, la justicia y la solidaridad. Por tanto, es fundamental la educación en valores (debe actuar la familia, la escuela y el conjunto social). Es decir, primero educar, luego reprender, castigar al que infringe la norma socialmente acordada.
Cuando el fraude se realiza desde posiciones de privilegio y de representación social conviene la denuncia pública. El reproche social, el desprestigio, son formas de censura grupal; lógicamente, si se infringe la ley corresponderá el castigo previsto.
El poderoso tiene privilegios y especiales obligaciones. Muchos han sido votados y nos representan, otros son la imagen de una organización; por ello deben dar ejemplo, tienen esa responsabilidad. ¿Cómo es posible que rodeados de medios de comunicación que lo observan todo se atrevan a saltarse las normas? ¿Son torpes o inconscientes? ¿La soberbia les hace sentirse intocables? ¿El mal de altura les lleva a perder la perspectiva?
Finalizo. En este complejo asunto hay muchas contradicciones y bastante demagogia:
1. Algunos se deberían mirar en el espejo.
2. En mi opinión, algunos puestos de responsabilidad sí son prioritarios.
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