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Agua que no has de beber, déjala correr, decía el ingenuo refrán. Teníamos las rogativas a la Virgen de la Cueva, ¡que llueva, que llueva! o aquel proverbio que decía que no se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo. No ... sabíamos que el precioso liquido sería, además de escaso, un objeto arrojadizo para los pelmas de la clase política, que se ponen estupendos cuando se acercan las elecciones. Los ciudadanos no podemos ser expertos en todo lo que nos afecta, pero tampoco rehenes de la perversión dialéctica con la que nos manipulan suponiéndonos idiotas. Doñana es un tesoro, un paraíso para los ciudadanos de Andalucía, España, Europa y el planeta, pero está dónde está y la Constitución establece, entre sus principios rectores de la política social y económica, la utilización racional de los recursos naturales, y lo hace por el olvidado principio de la solidaridad colectiva. Los que conocen Doñana, entre otros el señor Sánchez que como presidente goza de alojamiento privilegiado en las marismas, saben que bajo el parque hay un acuífero que mantiene las lagunas que definen el enclave, que está sobreexplotado a causa, entre otras causas, de las captaciones ilegales de agua. Los socialistas tuvieron tiempo de solucionar los problemas persistentes con la ley de regadíos y los populares deberían encontrar un consenso para poder hacerlo, puesto que el agua es de todos. La utilización electoral hasta del aire que respiramos es una vergüenza, se mire como y desde donde quiera mirarse. Y para que conste, como dice el lenguaje de los certificados, este fuego cruzado traerá más perjuicios que beneficios.
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