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Cuatro años. Ese es, en principio, el tiempo que un diplomático contempla para sus maniobras, frente a la irrupción de un presidente de Estados Unidos ... empoderado. Cuatro años para que nuestra amada Europa aterrice y espabile. Pero a Trump la diplomacia se la trae al pairo y ya está pasando todo lo que puede pasar. El ataque por sorpresa suele tener éxito y los gobernantes europeos, esos restos del naufragio que los partidos políticos envían a Bruselas como recompensa por sus sacrificios, no son demasiado efectivos sometidos a estrés. 720 diputados europeos que a veces son lo mejor de cada casa, un cementerio de elefantes durmiendo una siesta retribuida con generosidad que casi nunca mira los nubarrones de la tormenta que avanza.
Trump ya ha dejado claro que nos considera creciditos para que saquemos las castañas del fuego y que va por libre. El próximo día 24 se cumplirán tres años de la guerra entre Rusia y Ucrania, y ha llegado el momento, no de la paz, sino de la victoria de Rusia. Según las decisiones tomadas sin contar con nosotros, Europa tendrá su humillación correspondiente y pagará la reconstrucción de Ucrania.
El viejo orden de las potencias se ha ido a tomar vientos, el tablero geopolítico ha variado y la sinceridad de los diplomáticos estadounidenses es tan apabullante que el sentimiento de desprotección avanza a buena marcha, un panorama que empujará a la identificación con el agresor y a buscar el abrazo no precisamente en el Estado social. Estados Unidos ya no se ocupará de la defensa europea y lo de los aranceles, de aquí a un tiempo, nos parecerá el menor de los problemas.
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Ana del Castillo
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