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Durante estas semanas he tenido la sensación de que, si abría la nevera a media tarde, iba a salir Ana Obregón a decirme que quería familia numerosa. Sin embargo, la salida del famoso libro del que su hijo escribió 20 páginas, y que ella se « ... ha visto obligada» a terminar, me ha puesto de los nervios.
Pido perdón de antemano por la matraca informativa de los despropósitos de la reina del corazón, pero este domingo es el Día del Libro y no soporto la banalización de la literatura a cargo de falsos escritores. Si Cervantes levantara la cabeza, el brazo que tenía inutilizado debido a unas heridas de arcabuz en la batalla de Lepanto se le caería al suelo del susto. Los escritores de verdad se dejan el pelo en la gatera para poner en el mercado una obra que, con suerte y apoyo publicitario, venderá escasos miles de ejemplares. Una obra que habrán compuesto con esfuerzo, disciplina, tiempo robado a su vida y de la que probablemente no puedan vivir. Sin embargo, no encuentro nada tan placentero como embarcarme en una narración de la que desconozco su poder, pero en la que a veces uno encuentra esos caminos que no figuran en el mapa.
No es que esté cargando el peso del mercado editorial al libro de marras, al que no sé cómo llamar. Un conocido sello se ha empeñado en que este duelo interminable, cuyas ramificaciones van del telediario a la literatura, pasando por los vientres de alquiler o la impúdica exposición de la intimidad de muertos y vivos, sea el éxito editorial de este Día del Libro. Sintiéndolo mucho, en él intervienen muchos factores; quien compra los derechos de publicación, quien escribe anónimamente ese libro que firma ella, los escaparates que lo exhiben y esos que probablemente compren los derechos de imagen para hacer una lacrimógena serie.
Los productos no emergen solos. En España el nivel de publicaciones es inmenso, a pesar de que solo un 30% confiesa que lee, y de los que leen, muchos lo hacen en bibliotecas o piratean las lecturas. Los cazadores de autores repasan las revistas del corazón, los escándalos, 'influencers', cárceles y puticlubs buscando autores. Al final lo de la cultura se parece a lo del agua, nadie quiere meterle mano, y el daño va convirtiéndose en irreparable.
Cada día son más palpables los efectos de la falta de cultura y educación. Si los campos van convirtiéndose en desierto, las lenguas van siendo incapaces de nombrar la vida de verdad. El domingo, en las plazas o en las avenidas, se abren las casetas de las librerías. Hay un descuento en la compra de ejemplares y unos autores aguardándoles. Allí les espero.
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