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En la foto de prensa, un imán y un obispo ofician un funeral en el complejo deportivo de la ciudad calabresa de Crotona, en Italia, esta antigua ciudad de la Magna Grecia, tierra de Pitágoras, encrucijada de pueblos y culturas. Los celebrantes están arrodillados frente ... a una fila de ataúdes, sesenta y siete, que contienen a los emigrantes muertos rescatados de las aguas. Los de los niños son blancos, de madera bruñida los de los adultos. Algo suntuosos, llevan goznes y herrajes, y cada uno tiene sobre la superficie un arreglo de flores blancas como si hubieran ahorrado toda su vida para habitar ese último alojamiento. A los pies de cada uno se amontonan peluches, velas, carteles de solidaridad. Detrás de los religiosos se agolpa un nutrido grupo, algo apretado para que pueda salir en la instantánea, casi todos hombres, algunos con uniformes de gala y otros, que al parecer son alcaldes de 27 municipios costeros, llevan sobre el traje la banda tricolor italiana.
El presidente de la República, Sergio Mattarella, expresó en una nota oficial su dolor por el naufragio, «una tragedia más del Mediterráneo que no puede dejar indiferente a nadie», y pidió un fuerte compromiso de la comunidad internacional para eliminar las causas profundas de los flujos de migrantes; guerras, persecuciones, terrorismo, pobreza y los territorios inhóspitos por el cambio climático».
La primavera, ahí, a la vuelta de la esquina, volverá a teñirse de esa luz que se intuye desde las costas africanas, y otros hombres, mujeres y niños volverán a pagar un billete hacia ninguna parte, o hacia ese lugar donde la vida merece la pena.
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