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El viernes pasado fue el día internacional del tiburón peregrino, una especie de gran tamaño, con aspecto fiero, aunque solo se alimenta filtrando el agua. Surcan los mares, como ellos, cientos de pateras y cayucos llenos de malienses, gambianos y senegaleses temblorosos y asustados que ... arriban a la isla de Hierro en Canarias duplicando, en octubre, la cifra de los que llegaron el año pasado. En la isla habitan unas 11.000 personas, que, conmovidas, retiran sus barcos de pesca para hacer sitio a las precarias embarcaciones. Los pequeños empresarios han acogido a 48 nuevos vecinos, menores que se incorporarán a una sociedad que envejece, pero eso no basta. Las rutas migratorias dependen de misteriosas razones que desconocemos los de a pie, aunque sepan de ellas nuestros mandatarios que callan como muertos. Salen de Senegal, Marruecos, Sáhara o Mauritania y las estadísticas de las organizaciones humanitarias dicen que solo llegan a las costas un 70% de los que embarcan su esperanza de vivir. Es un escándalo silencioso, como los vuelos nocturnos en los que viajan a distintas comunidades que, a veces, desconocen el número y las condiciones de su llegada. La desproporcionalidad en el reparto saldrá a la luz cuando tengamos un Gobierno en condiciones o quizás nunca. Faltan protocolos y comunicación. Falta verdad, luz, transparencia, honestidad, ética y argumentaciones con rigor para que el impacto en la población sea menor y entendido. Falta respeto, consciencia, leyes y afrontar de una puñetera vez la emigración para que no se convierta en un arma arrojadiza para unos o en una vergüenza inconfesable para los demás.

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