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En 'El mundo de ayer', Stefan Zweig habla de cómo las convulsiones que sufría Europa en el siglo XX lo despojaron de todas sus raíces, incluyendo su tierra (Austria) convertida en provincia alemana, su casa y su obra literaria, que fue reducida a cenizas. «De ... manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos. También he perdido mi patria (…) he sido testigo de la más terrible derrota de la razón y del más enfervorizado triunfo de la brutalidad (…)».
Según el Informe Pisa, un porcentaje muy elevado de nuestros jóvenes, pongamos entre 16 y 18 años, no tendría una comprensión lectora suficiente como para entender la tragedia que sufrió este austriaco, judío, escritor, humanista y pacifista. Con bastantes probabilidades el joven al que me refiero habría desconectado de este artículo en la tercera línea del texto y la huella del contenido leído no iría más allá de un amasijo de datos incomprensibles. Ese mismo joven, además de no ser capaz de comprenderlo, estaría cerrando las puertas a la reflexión y la empatía de los hechos que acaecieron en el continente donde vive y no podría enfrentarse con criterio a los desmanes que proponen los políticos contemporáneos.
Sin duda alguna, ellos no son los culpables y el río que los lleva tiene una corriente de la que es difícil escapar. Para paliar esta mutación –no tener comprensión lectora lo es– las cabezas pensantes han decidido que incrementar las horas de lectura lo remediará. Recuperar el tiempo perdido solo es posible en la ficción pero, claro, nadie les ha contado a esos chicos de qué está hecha la patria infinita de la literatura.
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