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Alos periodistas que informan desde Palestina les cuesta la vida ser, en ocasiones, el único altavoz, la única cámara que retransmite lo que sucede. Envían a las agencias grabaciones de niños que llaman a emergencias porque les están matando. Al fondo suenan las balas, los ... gritos, y casi siempre la comunicación termina en silencio. Hay veces que aciertan a grabar imágenes de madres con un niño herido en brazos y una bandera blanca atravesando una plaza que nunca acabarán de cruzar.
En la Europa de los años 30 y 40, los judíos eran llevados a campos de exterminio en trenes de la muerte que atravesaban Centroeuropa con una carga a la que nadie miraba. Las chimeneas de Auschwitz, Buchenwald o Treblinka anunciaban con su olor en el aire la masacres que allí tenían lugar, y los judíos de hoy, siguen recriminando a Europa que nadie detuvo el exterminio. Parece una paradoja, pero la realidad es testaruda. Israel se ha propuesto exterminar a los dueños de la tierra que habitan. No quieren testigos y están seguros de que nadie les juzgará. Nosotros, como aquellos alemanes de los que siempre desconfiamos, apagamos la televisión para no ver y permanecemos ligeramente expectantes ante el previsible desenlace.
La semana pasada hablaba de 'El mundo de ayer', el libro que escribió Stefan Zweig. Su vigencia sigue siendo escalofriante y el silencio que mantenemos es de una elocuencia escandalosa. Aplaudo a este Gobierno (que no sirva de precedente) por seguir apoyando a UNRWA, una ONG a la que todos podemos donar unos euros. Al menos, no cerraremos los ojos ni pasaremos a la historia amordazados.
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