El verano
Si Sánchez no ve, ni sabe nada, nunca han sido tan necesarios los periodistas
En los primeros días de septiembre de 1939, los europeos, salvo nosotros, que por aquel entonces estábamos empeñados en aniquilarnos, andaban que no sabían si ... mirar cómo el mar se confundía con el cielo en el horizonte, todavía estival, o hacerse la raya en medio. Los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial empezaban a sonar y los periódicos anunciaban los gestos, los pasos y las invasiones por aquí y por allá. En unas semanas toda Europa se llenó de uniformes militares y ya no hubo dudas sobre lo que el aire, aún cálido, traería. Pero, antes de la refriega, en aquel verano, las pistas, como siempre, estaban por todas partes.
Yo, a partir del 15 de junio, acostumbro a entrar en una especie de prevención cósmica, no solo porque las temperaturas altas afectan al cerebro, o por la vulgaridad que el desnudo trae a los ojos exquisitos, sino porque de un modo casi mecánico todos cogemos vacaciones de pensamiento. Sube la intensidad del 'a mi plín', bajan las defensas contra la estupidez reinante y alcanzas un estado de lerdez que solo cede cuando te metes en estas cálidas aguas del norte.
Yo creo que los magnates de este universo contrito saben que esto nos pasa y, aprovechando que el aire reparte sedantes, se ponen a maquinar, y a hacer asambleas y congresos que asustan, porque aplazan lo ya aplazado. Y junio, seamos honestos, está que no se tiene en pie. Después del apagón y de saber que «Carlota se enrolla que te cagas», no sé si ponerme un vaporoso caftán de colores, unas gafas de gato, un turbante y ofrecerme como 'madame', porque, francamente, escandalizarme a estas alturas del partido me da pereza. Si Sánchez no ve, ni sabe nada, no seré yo quien le diga que sus hombres de confianza, como en el verano del 39, iban dejando pistas por todas partes. Nunca han sido tan necesarios los periodistas, ni tan héroes; tiene que ser durísimo compartir tertulia con los fieles seguidores del líder.
Mientras escribo vigilo las ramas de los árboles de un jardín vecino; no se mueven, y esto es mal presagio. Para la semana que viene, y caminando hacia las hogueras de San Juan donde se quema todo, imagino despertares a deshoras y esos quiebros del sueño en los que solo nos queda pelearnos por el frescor de la almohada.
Mis lectores están avisados. Estén alerta. Los veranos hay que empezar a interpretarlos desde el mes de junio, cuando se empieza a nublar el oremus y nos quedamos tan anchos diciendo aquello de que 'esto no es lo que parece'. Pues sí, parece lo que es.
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