Emergencia sanitaria

Hablamos de pandemias y pensamos en las del siglo XX, que fueron especialmente letales. El SIDA, que todavía no ha sido erradicado por completo, provocó más de treinta millones de muertos. La famosa gripe española de 1918 dejó entre 50 y 100 millones de muertos en un escenario devastado, con la 1ª Guerra Mundial dando sus últimos coletazos por Europa. Por cierto, la denominación de esa gripe no tiene nada que ver con su origen: el secreto que se imponía a los medios de comunicación debido a la guerra hizo que la prensa española fuera la única que cubría la epidemia, y llegó a parecer un problema local.

No está de más recordar que ésta no es la primera pandemia que nos azota este siglo. En dos décadas escasas hemos visto el SARS, el MERS, la gripe A, el zika y el ébola, por citar los que más impacto mediático tuvieron. De todas ellas, la más parecida a la que ahora sufrimos fue la gripe A, que se extendió por 200 países y causó más de 18.000 muertos. Las medidas que se adoptaron entonces fueron muy distintas, en España se compraron millones de dosis de vacunas y antivirales para combatirla, que acabaron caducando en los almacenes.

Puede parecer que se están tomando medidas demasiado drásticas, máxime cuando el coronavirus ha demostrado una letalidad relativamente baja, de alrededor del 0,5 %. El problema es que es altamente contagioso, y que hay sectores de población que son especialmente vulnerables. Dado que aún tardaremos meses en disponer de vacunas efectivas, la mejor manera de prevenirlo es evitar en la medida de lo posible el contacto entre personas y seguir aplicando las sencillas medidas profilácticas que se han difundido. No hay que volverse locos acaparando comida y productos de higiene, porque ese es el camino del desabastecimiento. Debemos ser prudentes y aceptar este pequeño sacrificio para evitar que la enfermedad alcance a los más débiles.