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Las soflamas y el fuego que se expelen en una campaña electoral como la de las elecciones andaluzas deja pinceladas de exaltación y de promesas que casi siempre alumbran decepciones. Pero también surgen nuevas reivindicaciones con entusiasmados adjetivos hacia los candidatos o hacia los ... líderes de los partidos o hacia las 'líderas', término insoportable que se escuchó alguna que otra vez.
El caso es que muchos candidatos, generalmente de segunda fila, se vienen arriba en los mítines y ensalzan al partido o a sus dirigentes queriendo destacar su figura babeando calificativos.
Así se hizo en Granada nada menos que con Pedro Sánchez, secretario general del PSOE y a la sazón presidente del Gobierno: le llamaron el empecinado, que pareció término apropiado, teniendo en cuenta que es un superviviente peleón que se salió con la suya logrando vivir una temporada en La Moncloa. Desde luego, en teoría no podía haberse encontrado término para la exaltación más adecuado y hermoso.
Corrían los últimos veinticinco años del siglo XVIII y los primeros veinticinco del XIX cuando vivió una figura irrepetible que hizo historia en nuestra patria. La misma historia a la que se le quiere hurtar muchas veces la nobleza del proceder de muchos de nuestros compatriotas que fueron gran cantidad de ellos héroes y conquistadores.
Se trataba de Juan Martín Díez 'El Empecinado', reconocido por Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales como figura de gran influencia en el éxito de nuestra gente en la Guerra de la Independencia.
Un destacado personaje por sus gestas, por su meteórica carrera militar, por su valentía y por ser el descubridor de un nuevo arte de la guerra que pasaría a denominarse «guerra de guerrillas» para desesperación del ejército francés, destacando en la defensa de los valores liberales constitucionales que había jurado y a los que no renunció ni camino del cadalso.
Hay que verlo posando orgulloso cargado de medallas, vestido de Capitán General en el Museo de El Prado, inmortalizado en un fantástico óleo pintado por Martínez Cubells, discípulo de Goya; o en el impresionante óleo sobre lienzo del propio Goya que tardó en autentificarse porque se encuentra -desgraciadamente- en el Museo de Las Artes Occidentales de Tokio por las razones eternas de las guerras y el dinerito. Diría de todas formas como consuelo que, a veces, como en este caso, los discípulos igualan o superan a los maestros.
Habría también que concederle el mérito de haber sido, a su manera, el primer defensor justiciero ante la violencia de género. Mató a un soldado francés que había violado a una muchacha de su pueblo y en su huida fue capaz de organizar un pequeño ejército que tanta importancia tuvo en el desarrollo victorioso de la guerra. Desesperó al enemigo con escaramuzas y ataques selectivos que le valieron el reconocimiento de la gente y no precisamente de Fernando VII, el rey felón absolutista, contra quien luchó y aún a pesar de él fue reconocido como un gran militar y patriota.
No podría haberse buscado para el presidente, entonces, un piropo más bonito.
Pero, de pronto, gran descalabro electoral en Andalucía y aparición súbita de un nerviosismo extraordinario. Era algo temido, pero no tanto. Todo complicado, además, por una actuación estos días de Marruecos ante la verja de protección de Melilla cruel, asesina e incomprensible.
Entonces, nuestro presidente del Gobierno, que estaba preparado para lucir palmito en rueda de prensa con medidas anti-inflación, se encontró con una convocatoria hostil y preguntona mostrándose sospechosamente cogido sin especificar por dónde pero, en todo caso, muy dependiente del Informe Pegasus sobre su teléfono móvil con los vídeos bailones de Tik-Tok o de Instagram y un montón de secretos de Estado que podían salir a la palestra.
Optó entonces claramente por el verbo, seguramente condicionado también por la elección previa del fino slip americano en lugar del rudo calzonzillo ibérico con respecto al Sáhara, expresándose con las palabras más crueles y desesperadas que encontró en su particular diccionario mentiroso : «Felicito a las Fuerzas de Seguridad del Estado y a la Gendarmería marroquí por su actuación proporcionada fruto de nuestra extraordinaria cooperación. Fue un asunto bien resuelto», dijo, olvidando los 37 muertos de la montonera a los pies de la verja entrelazados con otros centenares de jóvenes subsaharianos de mirada asustada que simplemente querían vivir con nosotros a la vez que huían de la miseria. Se trataba de un sinnúmero de hermanos y primos de los de aquel Aquarius recibido por varios ministros en Valencia con bailes y tamboriles.
Todo tan doloroso, triste y desesperado que se convertirá, hasta el resto de los días, en lo peor de la carrera política de Sánchez y supondrá una mancha indeleble en su trayectoria «empecinado» como está en almacenar razones para abandonar La Moncloa. Sin duda queriendo honrar tan especial calificativo.
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