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Nunca me han gustado los exámenes, ni cuando era alumno, a pesar de que obtenía buenas notas, ni ahora, que estoy al otro lado de la ecuación como docente. Nunca entendí por qué razón tenía que memorizar ese conocimiento establecido y prefijado para volcarlo en ... un folio que mi profesor corregía y al que asignaba una nota basándose en la cercanía de mi discurso con el oficial que él me había mostrado.
Desde que llegué a la enseñanza, he intentado variar el modelo, que el esfuerzo continuado de los alumnos a través de su trabajo diario, combinado con las múltiples tareas que encargo para complementar mis explicaciones, los dote de conocimiento, y que el aprendizaje sea consecuencia de su esfuerzo y no limitarlo sin más a la finalidad de una nota. Muchos lo agradecen, porque comprueban que ese trabajo diario es el que les proporciona estrategias para resolver cualquier problema que la materia les sugiera; sin embargo, un porcentaje similar de alumnos acaba quejándose y reclamando el método tradicional, aquel con el que se sienten más cómodos, aquel en el que pueden desconectar durante todo el curso y emplearse duro el día antes del examen para obtener buena nota y, con la misma celeridad que memorizan el contenido de la prueba, olvidar lo estudiado después de ella. Dos modelos de alumno, dos maneras de ver la enseñanza y, por ende, la vida.
Llega el 14 de febrero, para uno de estos grupos la fecha del examen de su amor, día para el que habrán preparado toda la materia, eligiendo restaurante, regalo, ropa, incluso actitud cariñosa, tal y como exige el protocolo. Durante ese tiempo, poco importará que no se haya estudiado nada durante el curso, que incluso se haya sido mal estudiante, no haciendo los deberes que se mandan para casa o colaborando poco en el devenir de la clase, lo único que merecerá la pena será dónde se ha ido a cenar (con fotos que lo ilustren), qué se han regalado (más fotos), y cómo se ha estado durante una prueba que terminará con los postres (foto) y epílogo amatorio (sin foto), y que, del mismo modo que todo lo que se hace por finalidad y no por consecuencia, se olvidará hasta el próximo examen, que será el aniversario (si lo recuerdan).
Nunca me han gustado los exámenes, tampoco el día de los enamorados. Lo verdadero se muestra con la cotidianidad de los actos, con la naturalidad de aquel que avanza, no porque la fecha lo exija, sino como consecuencia del devenir personal, porque, aunque no haya sobresalientes en el boletín de lo instituido, habrá conocimiento y amor de por vida.
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