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La historia se diluye sin relato. Sin rostros también (F. Bianchini). El Sinn Fein, brazo político del grupo terrorista IRA, gobierna por primera vez Irlanda del Norte con Michelle O'Neill, republicana y católica, como primera ministra. Y Emma Little, unionista y protestante, como viceministra. ... Dos mujeres tan distintas y tan juntas en el gobierno compartido que escribirá el relato de la isla sin IRA.
Vale la pena hilvanar los retales rotos de la Ley 'solo sí es sí' y coser la palabra porvenir. Ya no tenemos que vestirnos de Víctor si somos Victoria cual Julie Andrews. La libertad sexual es nuestra y suenan con ánimo 'Tacones Lejanos'. Tampoco somos 'My Fair Lady' de nadie a lo Audrey Hepburn. Las mujeres leemos y estudiamos riéndonos de Donald Trump cuando dice «me encanta la gente con pocos estudios».
Hay retos que resolver sin ira, juntas y con ellos. En Afganistán el precio del jugo de las amapolas está por las nubes y la liberación de las mujeres por los suelos. Eso no se cura con opio. Claudia Goldin, Nobel de Economía, fija el derecho básico de igualdad en acabar con la brecha de genero laboral y salarial. Y sigue habiendo «monstruos grises que expulsar de las cocinas» (Rozalen).
Salgamos de la trinchera de los ochenta. Hay que ir hacia lo desconocido para encontrar lo nuevo: riesgos nuevos exigen nuevos modos para no convertirnos en estatuas de Lot. Nuestro tiempo exige luchar por la democracia, la justicia, el aire y el agua, la ciencia y la paz.
Las jóvenes ya no viven en Barbilandia jugando con cauchos color mermelada de fresa.
A pocas semanas del 8M, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) ha publicado un estudio denominado 'Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género'. En el mismo, un 44% de hombres manifiesta sentirse discriminado por las políticas de promoción de la igualdad y un 32% de mujeres afirma estar de acuerdo. A este sorprendente dato habría que añadirle que los jóvenes entre 16 y 24 años son los que dicen sentirse más discriminados.
Según el mismo estudio, son las mujeres quienes realizan el 65 % del trabajo en el hogar, dedicando 6,7 horas a cuidar de los niños respecto a las 3,7 que destinan los padres.
También son las madres las que en más de un 90% participan en los grupos del colegio, interrumpen su trabajo por enfermedad de los hijos y asumen el cuidado de los ancianos o grandes dependientes en el hogar. Conclusión: mientras rompemos el techo de cristal en la calle seguimos ancladas al suelo pegajoso del hogar.
Es hora de que las mujeres liberemos al feminismo de la polarización ideológica y encontremos ese espacio donde entendernos y reivindicarnos en la esfera pública y en la privada.
La igualdad no será percibida como útil y beneficiosa si no ejercemos un feminismo inclusivo y transversal. Nuestra liberación doméstica pendiente será imposible sin que la Educación, la Sanidad, la Dependencia y la Violencia de género se aborden desde el acuerdo y no desde la confrontación política.
El feminismo es oportunidad, no amenaza. Se lo debemos a nuestras madres y abuelas.
Si el lector recuerda, terminé mi última publicación en este espacio afirmando que, a pesar de las evidentes diferencias de opinión, entre Rosa Inés y yo no existen muros. No existen entre ninguna de nosotras tres firmantes, como no existen entre infinidad de mujeres distintas, diversas, diferentes que comparten propósitos desde lugares opuestos.
La ausencia de muros entre mujeres fue más que propicia en los años 80 y 90, la época en la que, en mi recuerdo, el feminismo transcendió de ser sólo un movimiento y empezó a ocupar la normativa, los gobiernos, la actualidad y, en general, la vida. Programas, leyes, trabajadoras, alcaldesas, ministras, respeto o conciliación en cada día. El feminismo de lo cotidiano, sin muros ni trincheras, porque nos implicaba a todas.
De hecho, el feminismo sin barreras fue el germen del primer EnClave que nos enseñó –al menos a mí me enseñó, vosotras me enseñasteis, tú también querida Gema Diaz Villegas– que mejor construir consensos que muros, que la complicidad y las concesiones mutuas son mejores materiales que cualquier ladrillo y mucho cemento, porque apuntalan las conquistas, como una suerte de antídoto contra los amenazantes vaivenes.
Hacer feminismo excluyente, feminismo contra otras mujeres –qué paradoja–, con ánimo de marcar diferencias ideológicas, radicarlas y radicalizarlas al otro lado del muro y mantenerlas ahí a raya, en vez de practicar el feminismo universal que atraiga a más mujeres a la causa, se parece mucho a la práctica política de alimentar los extremos que es la estrategia de moda y que personalmente aborrezco.
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