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Rosa Inés García Afiliada al PSOE
Le miraba siempre al pasar. Por fin, hoy entró. Le tocó suavemente. No se movió. Ella buscaba la intimidad con él, difícil ante tantas miradas. Probó acariciando su piel pero el ritmo de sus manos no le excitó. Repentinamente, el aire de un portazo le ... abrió. El deseo, ese fuego que sube del fondo de las tripas, estalló en su boca: «¡Me llevo este libro!», gritó ella. Y empezaron a navegar juntos en los placeres y pasiones de la lectura volviendo a su niñez: «Platero es pequeño, peludo, suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos».
La fuerza que desprende una niña con un libro y un lápiz, frente al papel que la mira con ternura, es insuperable. La energía que produce esa imagen se convertirá en letras o dibujos porque aprenderá que la escritura y el arte nos hace igual de libres. Y escribirá narraciones bellas o raíces cuadradas. Y pintará proyectos de edificios o rostros reflejados en agua. En cualquier viaje que inicie esa niña (o niño) siempre recordará que lo empezó con instrumentos sencillos: un libro y un lápiz.
La lectura forma parte de la preparación necesaria para vivir, despierta la curiosidad, abre el espíritu al mundo, impulsa la capacidad de experimentar emociones intensas… Cuando el demonio más común es el puro aburrimiento, el faro salvador es un libro.
Después de leerlo podremos pisar el suelo o subir a las nubes. Da igual lo lejos que vayamos. Siempre es necesario recurrir a la imaginación para vivir. Ana María Matute lo dijo al recoger el Premio Cervantes: «Créanse mis historias porque me las he inventado».
María Luisa San Juan Ex concejal de Ciudadanos
En este día de celebrar la palabra escrita merece la pena reseñar el único dato alentador del último Barómetro de Lectura publicado por la Federación de Gremios de Editores de España: un 86% de nuestros niños y niñas, de entre seis y ocho años, lee en su tiempo libre, siendo la franja de edad del estudio con mejor índice. Tomemos nota para seguir alimentando la voracidad de nuestras fierecillas lectoras antes de que su acceso a las pantallas les nuble la vista o los planes de educación los precipite desde esa torre llamada informe Pisa, en la que descalabran sus habilidades lectoras, matemáticas o científicas.
Según Alison Gopnik, una autoridad internacional en el campo de las ciencias cognitivas y el desarrollo del aprendizaje infantil, «el cerebro de un niño de 18 meses bulle de actividad y está más pendiente del mundo que el de un adulto, es capaz de aprender diez palabras diarias de promedio y ve cosas de las que nosotros ni siquiera nos percatamos». La filósofa y catedrática de psicología de Berkeley va incluso mucho más allá en sus estudios sobre la mente infantil y la inteligencia artificial: «Los niños aprenden de la misma manera que lo hacen los científicos, su mente puede ayudar a entender profundas cuestiones filosóficas». ¿Cómo te quedas? Léela.
Hoy estaré con mis amigas de página leyendo 'El Quijote' en el Corte Inglés. Para la mayoría seguirá siendo la obra maestra y universal de Miguel de Cervantes. Para ese tercio de españoles adultos y obstinados en no leer, una marca de membrillo.
María Luisa Peón Afiliada del PP
Enyd Blyton no es Stefan Zweig, vale, pero en el Día del Libro es justo reconocerle una gran contribución: si la literatura se sostiene gracias al equilibrio entre unos pocos grandes autores y una inmensidad de lectores, Enyd Blyton fue una fecunda fabricante de los segundos, los imprescindibles consumidores de libros; una de esas figuras que engancharon a la lectura a toda una generación. Sus colecciones más populares –Los Cinco, los Siete Secretos o Torres de Mallory– fueron los manuales de lectura de los jóvenes del 'baby boom'. Leímos a escondidas a la hora de apagar la luz y así construimos un hábito que con más o menos ímpetu mantendremos el resto de nuestra vida.
Le han salido a la lectura feroces competidores: el 'scrolling' y los algoritmos son los cantos de sirena de los Ulises contemporáneos que, si no te enloquecen, te atan a la procrastinación. Todos, reconozcámoslo, dedicamos menos tiempo a la lectura desde que tenemos un dispositivo con acceso a todo en la palma de nuestra mano.
Seguro que el esperanzador Barómetro de la Lectura que cita M.L. Sanjuán no tiene tanta cocina como los del CIS de Tezanos, de modo que acertará en su pronóstico y veremos a los nativos digitales aprovechando las ventajas de la tecnología para leer, leer, leer.
Y así, que la fascinación por las pantallas enganche a los adolescentes a los libros en cualquiera de sus formatos, y les invite a vivir tantas vidas como personajes y visitar tantos lugares como escenarios de cada aventura.
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