Oigo 'clin, clin' al caer los cubitos de hielo en el combinado con sombrillita de color pastel. El sol me derrite. Al glaciar del Aneto pirenaico le pasa lo mismo. Dice Copernicus, Servicio de Cambio Climático, que este julio ha sido el más caluroso registrado ... jamás en el planeta. Hablan de que estas temperaturas acabarán con las estaciones y las canciones.
Me derrito también al escuchar a The grasso brothers y descubrir que uno de ellos, asmático, estudió el saxo alto por consejo médico. Y al oír «todos los seres beben la alegría en el seno de la naturaleza, buenos y malos…» de coros armoniosos con la nº 9 de Beethoven. Acaba el Jazz. Abre el FIS. Es verano.
Me tumbo en la arena de Berria, playa mágica donde la libertad que respiro se burla de los muros del penal del Dueso. Los montes Buciero y Brusco, gigantes anaquitas que la protegen, me brindan la fortaleza para crucificar mis penas en sus piedras. Y mudar de piel, tirarlo todo abajo y empezar de nuevo.
Qué equivocado el austriaco Thomas Bernhard cuando escribió «el hombre no sabe qué hacer con la libertad, todo lo demás es mentira». Un día sin tener que llegar a ningún sitio, un libro de letras que saben a sal, recuerdos de la infancia cuando el colegio cerraba y mi corazón se abría a amores sin sentido, dejan el tiempo en suspenso y es lo más parecido a ser libre.
Tal vez la felicidad es eso, un espacio de mi memoria donde corre la brisa hasta el fondo de la infancia.
Empieza a llover. Parece que se cae el cielo. Chaparrón. Ventisca. Clima impredecible, naturaleza fuera de control. Sigue el canto a la alegría.
Lo mejor de este viaje de verano es que lo hago sin desplazamientos innecesarios. Solo necesito una mañana luminosa, mar y tiempo para disfrutar del día sin interrupciones. Como soy Mónica Vitti en mi mejor época, no tengo internet, ni móvil ni tablet. Todavía no se han inventado. Si hablo por teléfono con mis amigos, lo hago desde casa con mi teléfono góndola color pastel de última generación.
Mi primer ritual es mirarme al espejo. Tengo una cara interesantísima, un tanto picassiana. Mi voz y mi mirada permanecen en los lugares mucho tiempo después de haberme ido. Me gusto.
Hoy me espera un día intenso, aunque todavía no sé dónde, ni con quien. Tengo que pensar si estaré en algún lugar de la Costa Azul, en Capri o en el Lido de Venecia. También si quedar con Mina o con Alain Delón. Ya lo decidiré fumando mi primer pitillo en la bañera llena de espuma.
Mientras me visto escuchando a Gino Paoli pienso en si otras María Luisas se acordarán de mi en otros lugares. Yo soy María Luisa Ceciarelli, Mónica Vitti para todos ustedes. Encantada.
Atravieso la bahía en Los Reginas. La mujer sentada frente a mi va leyendo un libro de portada naranja con un título en grandes letras: El sutil arte de que casi todo te importe una mierda.
Compartimos cielo protector y viaje al Puntal pero no sé quién de las dos encajaría mejor en la definición de Paul Bowles sobre turista o viajera. Ciao.
Acaba casi de empezar y ya se me escapa. En realidad, debe de ser solo una sensación porque si me fío del calendario, recién pasó el ecuador. Medio año esperando a que llegue, con sus días cálidos, sus anocheceres tardíos y amaneceres tempranos… y, al final, dura un suspiro. Me pasa con el verano como con las noches de insomnio y esa cuenta atrás que alimenta el desvelo hasta que suena el despertador. Tantas ganas de disfrutar de los planes veraniegos que cuento los días que restan para el terrible octubre. Maldito transcurrir del tiempo caprichoso, de paso tan veloz para lo que disfruto y tan lento para lo que me incordia.
En primavera hice planes. Fantaseé con unos días locos, como en esos anuncios de la tele en los que jóvenes guapos, rubios y bronceados nos presentan un verano disfrutón, de fiesta, chiringuito y tumbona. De hecho, planeé amigos, amigas (¿qué haría sin vosotras?) conciertos, escapadas, nuevas playas u otros bares.
Me imaginé unos días entregada al dolce fare niente. Es más… llegué a especular con vivir horas y horas sin estar atada al reloj que implacable te dicta cuándo fichar, salir, comer, comprar, dormir… Y que fueran la luz, el hambre, el sueño o las puñeteras ganas lo que marcara mis horas.
De momento he cumplido poco, pero acabo de recalcular, y aún estoy a tiempo de no tener que preguntarme a dónde irán los planes no cumplidos, como se preguntaba Víctor Manuel sobre los besos que guardamos, que no damos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.