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Son cuentos de Perrault los que convierten sapos en príncipes. La monarquía parlamentaria no es un cuento. Es el sistema constitucional que nos dimos tras tiempos sombríos. La princesa Leonor crecerá bajo el escrutinio público y entre sapos políticos en tiempos revueltos. El mito de vivirá como una reina se quedará en eso. Y como la vida da vueltas de campana, nos ha pedido: confíen en mi, ante la incógnita del futuro.
El mismo día que la princesa juraba la Constitución y el acatamiento a las leyes, una fotografía inoportuna del fugado, en compañía, nos llegaba de Bruselas. Los que otrora bailaron la sardana o el aurresku ante la Monarquía, y ministras que lo son gracias al ... sistema que la instauró, estaban ausentes. Y el sapo estrella, la liturgia nacional de la ruptura política, se veía en las miradas.
Se diría que vivimos dos países con vocabulario guerrero de confrontación buscando la victoria. La ley no parece útil ante el conflicto y usamos la palabra como arma de discordia en todas las lenguas: oficial y cooficiales. En este clima persistente celebró su mayoría de edad la futura Jefa del Estado, como una princesa sentada entre dos mundos al estilo del pensador escultural de Rodin.
Con respeto democrático y cordialidad cívica, con ojos limpios y memoria franca, debiéramos mirar las experiencias de otros si queremos tener la esperanza de afianzar la dignidad de la Institución, garantía de estabilidad y unidad, a pesar de las divisiones que vivimos.
Leonor, como B.Brecht, se podrá preguntar:¿En los tiempos convulsos, también se cantará? Sí. La Constitución del 78 pone la música.
A pocos días de que el líder del 'Pedronismo' español haya prometido lealtad al Rey, cumplir y hacer cumplir la Constitución, conviene recordar el acto solemne donde la Princesa Leonor juró nuestra Carta Magna en el Parlamento.
Este acontecimiento que ocupó, para bien, portadas en toda la prensa internacional, solo contó con la ausencia de los Evitos y Evitas que se pasan el día evitando todo aquello que tenga que ver con el marco de convivencia que nos dimos los españoles en 1978. Hoy nos gobiernan.
En tu juramento, Leonor, nos pediste confianza en ti y en tu voluntad de aprender. Te felicito, pero desearía que tardes mucho en ocupar el lugar que la historia y el destino te deparen.
Este presente convulso necesita que tu padre siga moderando la convivencia entre españoles, recordándonos que sin ley no hay democracia y que el honor en el desempeño no acepta excepciones de estirpe. Pregúntale a tu Abu de Dabi.
A tu madre le debemos seguir aportando a la institución la experiencia de una mujer moderna y trabajadora, conocedora del mundo real más allá de los palacios. Una reina que, por su profesión, ya venía cotizada de la Seguridad Social.
Nuestra monarquía es de las más prestigiadas y baratas del mundo, aunque el Gotha del republicanismo la tache de gasto superfluo. Quienes quieren abolirla olvidan que no hace mucho nuestros referentes en libertades, igualdad, feminismo y sociedades del bienestar estaban en Suecia, Países Bajos, Reino Unido, Dinamarca. Monarquías democráticas. Hasta ese nido del cuco llamado Waterloo tiene reyes.
Tu nombre, Leonor, significa fuerte y compasiva. Ejércelo y sigue aprendiendo.
Rara vez el 18 cumpleaños de una joven puede tener una connotación tan relevante como la que ha supuesto el pasado 31 de octubre la mayoría de edad de la princesa Leonor. Varias veces he pensado desde entonces que no deja de ser una frutada que a esa temprana edad te corresponda tamaña responsabilidad. Una exigencia que implica la renuncia al anonimato, la bendición que te permite coquetear con lo prohibido, lo vedado, lo clandestino. No digo cruzar las líneas rojas; simplemente, situarte en ese límite tan excitante entre lo correcto y lo atrevido del que los vulgares, los inadvertidos, podemos disfrutar y que se me antoja imposible para la princesa.
Además de tener adjudicado ese y algunos otros sacrificios, tiene la gran oportunidad que le brinda la leonormanía: enganchar a la institución de la monarquía parlamentaria y por ende a la Constitución a toda su generación. Una generación que nunca se sintió muy implicada en la defensa de estos conceptos porque nunca vio en peligro su libertad y su progreso. Porque llegó a la mayoría de edad con los fortines de la democracia y la libertad ya construidos. ¿En qué cabeza podría caber un retroceso?
La generación Z, la de los auténticos nativos digitales y de las redes sociales, cuenta en España con unos 7,8 millones de jóvenes ciudadanos. Qué difícil sería tratar de convencerles desde nuestras arrugas, nuestra artrosis y nuestras canas de que otros, la generación 'baby boomers', diseñaron un sistema de convivencia difícilmente mejorable con vocación de perdurar. Ojalá le resulte fácil a una de los suyos construir la generación encontrada un siglo después de la generación perdida.
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