La autonomía misteriosa
EL ENIGMA CANTABRIA ·
En el cuadragésimo aniversario de la autonomía, un ensayo de mirada reflexiva, lejos del mundanal ruido y de las urgencias del presenteSecciones
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EL ENIGMA CANTABRIA ·
En el cuadragésimo aniversario de la autonomía, un ensayo de mirada reflexiva, lejos del mundanal ruido y de las urgencias del presente'España, un enigma histórico'. Título de los dos densos volúmenes publicados en 1956 en Argentina por el exiliado medievalista abulense Claudio Sánchez-Albornoz, liberal, católico y republicano que había de presidir la República en el destierro entre 1959 y 1970. En vano intentó, ya ... retornado a una España democrática, impedir que Cantabria optase por una autonomía separada de Castilla y León. Y es que, ¿no hay también un 'enigma Cantabria'? Una autonomía pronunciada contra el consejo de uno de los mayores conocedores de la historia de España de todo tiempo, demócrata intachable y verdadero espíritu científico. Una autonomía que no había sido nunca reino ni principado; antes bien, históricamente una disyunción de distritos heterogéneos, desde lo remotísimo.
Es, parece, un intrincado misterio que una provincia castellana de siglo y medio, cuyos territorios llevan, con provincia o sin ella, cerca de mil años en el espacio administrativo castellano (que en buena medida ha nacido de ellos), se haya desgajado con tanta soltura, para formar una comunidad uniprovincial, de las menores en superficie y demografía, y retomando un nombre como 'Cantabria', que casi nunca tuvo relevancia oficial. Esto hay que decirlo, porque los lectores que hayan vivido el autogobierno como algo natural desde que abrieron los ojos no pueden imaginar apenas el cambio que aquello representó.
De la Diputación Provincial de Santander se pasa, mediante el Estatuto de Autonomía suscrito por Juan Carlos I en Baqueira Beret en diciembre de 1981, a la Diputación Regional de Cantabria. Así pues, el misterio tiene que ver, en primer abordaje, con la transición de 'Santander' a 'Cantabria' (hasta la universidad, nacida diez años antes como 'de Santander', se rebautizó como 'de Cantabria', si bien al Banco de Santander esto no le impresionó mucho) y de 'provincial' a 'regional'. Naturalmente se debe aclarar también lo de 'diputación', estructura que, estimada en la citada profundidad milenaria, es muy reciente, derivada de la Constitución de Cádiz de 1812 y por ello unida a la construcción del Estado liberal español, cuya principal cuestión ha sido siempre cuál de las tres palabras sobra, de sobrar alguna.
Así, el convertirse en 'región de Cantabria' fue algo que le sucedió a la 'provincia de Santander'; y no por imposición externa de alguien, sino por deseo de los provinciales que mandaban (pues no hubo referéndum, mientras que sí en 1986 para decidir si permanecíamos en la OTAN). En consecuencia, en las meditaciones que emprendemos como contribución seriada al cuadragésimo aniversario de la autonomía de Cantabria, tienen que ser las dos primeras estas del rebautizo ('cantabrización') y de la reinstitucionalización ('regionalización').
En el caso de 'Cantabria' como nombre geográfico, valoraremos su extraordinaria carrera en toda la Edad Moderna, vinculada al excepcionalismo étnico vasco, legendariamente heredero de Túbal, nieto de Noé. El primer gran relato moderno de historia de España es obra de Esteban de Garibay y Zamalloa, de Mondragón, que en la portada se declara «cántabro de nación», como guipuzcoano. Y la que hasta mediados del siglo XIX será la historia convencional e irremplazable de España, del jesuita Juan de Mariana, coetánea del 'Quijote', da por bueno ese 'Cantabria o Vizcaya', si bien ambos historiadores sitúan en ocasiones 'La Montaña' junto a Vizcaya, Álava y Guipúzcoa como partes de 'Cantabria'. Pero 'La Cantabria' del agustino Enrique Flórez fulmina para siempre el vasco-cantabrismo. A partir de 1768, los vascos ya no pueden reclamar honestamente ese nombre. Y lo hacen algunos montañeses, con su petición diez años después para formar una provincia de Cantabria. Pero muchos ellos habían pertenecido durante siglos a lo que se identificaba inmediatamente como «Asturias de Santillana». Eran asturiano-cántabros. Todo esto tuvo que ver con la importancia del 'pedigrí' en un país con muchos privilegios jurídicos aún.
La 'provincia' es vocablo de evocaciones confusas, pues en el imperio romano constituían casi verdaderos países, pero en otros tiempos venían siendo sobre todo distritos para cobro de impuestos. Liébana misma era 'provincia'. Antecedente claro y funcional sería la 'provincia marítima de Santander' de 1799, base del nacimiento de la provincia liberal, que, perfilada en 1822 (bicentenario habemus en breve, pues) y definida en 1833, pondrá de relieve que, sin Santander, no hubiera habido Cantabria, pero que hubo Santander, en el sentido de fuerte de 'haber', solo por decisiones de política nacional y castellana de trascendencia, con intelectuales y estadistas como el clérigo purriego Francisco de Rábago. Al mismo tiempo, deberemos examinar el obstáculo que tales decisiones superaron: el eje Laredo-Burgos.
En una tercera aproximación, deberemos analizar cierta paradoja: cómo en la creciente función asignada a la provincia, en conexión cada vez más estrecha con el centro político de la monarquía (de lo que los veraneos de Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII y Alfonso XIII dan holgado testimonio), surgen tanto las persistentes elaboraciones de la semántica 'cántabra' (frente a 'montañesa' o 'santanderina', más usuales), como la conciencia de unos intereses económicos específicos del territorio. Lo espiritual y lo material; romanticismo conservador y desarrollismo burgués.
Una cuarta reflexión nos conducirá a inspeccionar el franquismo como matriz de la autonomía de Cantabria, ya que es notorio que la recuperación de la denominación de lo 'cántabro' se impulsa desde la Diputación Provincial en la década de 1960. ¿En qué medida hay continuidad respecto de la dinámica de preguerra? ¿Acaso responde culturalmente al fuerte proceso de industrialización y urbanización de la provincia? ¿Obedece a una emulación de Asturias y Vizcaya ante una Castilla menguante? ¿Cómo afectó el franquismo a la función que Santander ejercía desde la obtención de su Obispado?
En un quinto artículo, trataremos de percibir cómo han operado durante los 40 años de autonomía estos procesos de mayor o menor hondura temporal, junto con fenómenos específicos de la época autonómica, en especial la construcción de la Unión Europea y la institucionalización del vecino nacionalismo vasco.
Finalmente, en una última entrega se tratará de mirar al porvenir, o mejor a los porvenires, porque hablar del futuro en singular es incorrecto. ¿Cuál es o debe ser el papel de Cantabria dentro del ecosistema autonómico español? ¿Estaba equivocado Sánchez-Albornoz?.
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