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Nos decían que después de la pandemia la humanidad saldría mejor, que la solidaridad y la ayuda entre ciudadanos se reforzarían para llevarnos a un nuevo renacimiento. No ha sido así, y no lo es porque poco pueden vaticinar los 'oráculos sociales' si no tienen ... en cuenta un elemento de radical importancia, cual es 'el factor humano'. La humanidad es capaz de lo mejor, ciertamente, pero hemos de reconocer que en nuestro seno hay individuos capaces también de lo peor. La maldad existe, aunque en esta sociedad de la posmodernidad líquida la disfracemos, la evitemos o, simplemente, la ignoremos. Así, con la mirada puesta en Ucrania por la perversidad de Putin, la sociedad estadounidense se ha visto de nuevo sacudida, cuando apenas se había recuperado de un tiroteo similar en un supermercado de Búfalo, por la masacre generada por el jovencísimo Salvador Ramos en una escuela de Uvalde, Texas. De nuevo la condición humana, en su versión más dolorosa y letal.
Durante cierto tiempo escuché un espacio de humor en una conocida emisora de radio; en el mismo se parodiaba a un sesudo antropólogo que explicaba los comportamientos culturales de nuestra sociedad. En una de aquellas emisiones, realmente divertidas, el humorista razonaba sobre por qué era errónea la teoría que afirmaba que procedemos del 'homo erectus' y mantenía que desde el origen de nuestra condición de 'ser dotado de inteligencia' nos hemos valido de una quijada de animal o de una tranca de madera para arremeter contra nuestros semejantes. Por eso el defendía otra teoría: que descender, lo que es en realidad descender, descendemos claramente del 'homo hijoputus'.
Está bien analizar el dolor que puede sentir un joven ante el acoso escolar, o el trauma de verse inserto en una familia profundamente desestructurada, o aceptar que quizás haya un desequilibrio mental detrás de estos comportamientos; mas finalmente los hechos nos demuestran que, ante la posibilidad de afrontar determinadas situaciones de forma proactiva, como así hace la gran mayoría, algunos de nuestros congéneres, la minoría afortunadamente (sea en Uvalde o en Burjassot), lo hacen de la forma más cruel posible.
Y ante ello cualquier sociedad debe arbitrar mecanismos de control social, entendido este en los términos que ya definieron Durkheim o Max Weber. Realmente las sociedades actuales, y no solo las occidentales, se defienden de comportamientos semejantes ejerciendo un control férreo sobre el uso de armas. El empleo de estas forma parte del 'monopolio de la violencia' que ejerce el Estado, delegando en las fuerzas policiales (aquellos funcionarios o instituciones que, según cuestionaba Foucault, deben «vigilar y castigar»). Y para el resto de la ciudadanía se restringe tanto su uso como su adquisición, sometida esta a filtros muy exigentes.
Ninguna sociedad queda libre. A pesar de las inspecciones aquí vigentes, recordemos que nuestro país es conocido por asesinos como los hermanos Izquierdo, vecinos de la tristemente célebre localidad de Puerto Hurraco o un tal Mikel Otegi en su caserío de Itsasondo. No obstante, es cierto que estos sucesos no ocurren con tan terrible frecuencia sino en un lugar: Estados Unidos. De ahí que el presidente Biden se haya preguntado, como antes lo hizo Obama, por qué no se acomete de una vez la reforma de «la Segunda Enmienda».
Y es que nada cambiará en una sociedad como la norteamericana, en la que la Asociación Nacional del Rifle es la más influyente y el 'western' es una religión, si no se modifica esa enmienda de la Constitución, por cierto, ratificada por sentencia de la Corte Suprema en 2010. Biden no se está significando por sus impulsos o cambios legislativos, pero este baño de sangre no podrá minimizarse mientras perviva la laxitud actual respecto de la adquisición de armas de fuego, y esta es una tarea que señala no solo a los republicanos, no nos engañemos, sino también a un sector importante de los demócratas (casi el 65% de la sociedad justifica el uso de armas, cinco de cada diez americanos las tienen en casa y cada año esta violencia causa un número insoportable de víctimas.).
La solución pasa por una enmienda a la Segunda Enmienda. Que, caramba, las armas las carga el diablo.
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