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Cada vez es más desesperante la resignación de tantos españoles ante el panorama político del país. Sin duda, los que creen que el gobierno sanchista ... está llevando a España a una demolición controlada del Estado son mayoría, pero, dentro de esta, los que están dispuestos a hacer algo por evitarlo son cuatro gatos. La mayoría de esa mayoría no va a mover un dedo, unos por miedo, otros por derrotismo o estar demasiado embebidos en sus problemas particulares, y otros, los más, los optimistas, porque piensan que dos años y medio pasan pronto y que en el verano de 2027 las elecciones derribarán del caballo al presidente Sánchez y el país saldrá sano y salvo.
Pero no. Todo apunta a que la labor de demolición en marcha, más la que resta de aquí al verano de 2027, tendrá unas consecuencias irreparables, sobre todo porque entonces no saldrá un gobierno lo bastante sólido y armado mediáticamente para desactivar y revertir todas las tropelías e injusticias cometidas por el sanchismo durante estos nueve largos años. Actualmente, ninguno de los dos partidos de la oposición tiene firmeza ni credibilidad. Ninguno cree y ninguno es creíble. El uno, porque está muy pendiente del otro; y el otro, porque está muy pendiente del uno.
¿No hay, pues, nada que rascar? Fracasadas las grandes manifestaciones callejeras de los primeros meses, inútiles las denuncias y los procesamientos por temas de corrupción, incluida la más escandalosa de todas, la del fiscal general por revelación de secretos (inútiles, porque Sánchez es capaz de resistir en la Moncloa, incluso cuando haya condenas penales que lo salpiquen a él mismo), ¿queda alguna posibilidad de lucha eficaz contra este gobierno del que se ha servido el destino para consumar el suicidio de España?
Para colmo, los acontecimientos internacionales empiezan a favorecerle abiertamente. Míster Trump amenaza y humilla a Europa para escándalo de todos (como si Europa fuera una santa que sólo mereciera elogios), y los medios de comunicación conservadores lo convierten en un nuevo Hitler, alguien tan sumamente perverso que, aunque esos medios no lo digan, ni siquiera lo piensen, hacen pensar a millones de ciudadanos que cualquier político es menos malo que semejante monstruo, y el único que en España nos puede defender, o al menos dignificar frente a él, es nuestro Sánchez, no un Feijóo pusilánime ni un Abascal descarriado. Gracias, pues, a Míster Trump, las acciones del socialismo español vuelven a dispararse.
El maldito Donald será perverso, sí, pero ganó democráticamente unas elecciones, cosa que no hizo el bendito Pedro. Esto dicen muchos, unos para absolver (a Trump) y otros para condenar la democracia, ese régimen que nos trajo también a Hitler y a una larga lista de tiranos.
A estos segundos me voy a referir aquí, a esa gente, reaccionaria por sabia, que no cree en la democracia, en esta democracia de partidos, en esta Constitución de 1978, que acaso nos ha traído más males que bienes. Yo mismo me incluiría entre esa gente, pero ojo… Hay dos tipos de malcontentos con este régimen del 78: los que lo dan todo por perdido y los que no nos resignamos. Desde que llegó Sánchez al poder, incluso un poco antes, yo he acertado en todos mis presagios sobre la deriva fatal que empezó a tomar España, pero no soy de los que ahora se regodean con eso de «¡Ya lo decía yo!». No quiero quedarme ahí, me cabrean los que lo denigran todo, los que, escandalizados por la mediocridad de los partidos de la oposición, no van a mover un dedo para cambiar nada. Me indignan especialmente los que arremeten contra ese partido nuevo, «la derecha valiente», en el que habrá mucha gente mediocre, trepadora o desnortada, pero que tiene claro en sus postulados y manifestaciones que el enemigo que nos está matando no es Trump ni es Putin sino que se halla en nuestro parlamento y en nuestras instituciones.
Esos que digo son gente cobarde, moralmente débil, o quizá mejor soberbia, que tiene miedo a ensuciarse. No da todo igual. No todos los políticos son igual de malos. Ni siquiera, todos los partidos, aunque sean todos malísimos, son igual de letales para el país. Entre una hepatitis y un cáncer de páncreas, hay una diferencia.
Hace falta coraje para parar a este gobierno. Porque hay formas democráticas y pacíficas de asediarlo. Hay infinidad de instituciones y de personas que, sin correr ningún riesgo grave, podrían colaborar en ese asedio. Lo peor es el orgullo de la inacción.
Bienaventurados los vagos. Ahora que empieza la cuaresma, y que la Iglesia parece ir avanzando hacia una revolución, es hora de dar un cambio a las Bienaventuranzas. Y, en vez de, por ejemplo, «bienaventurados los humildes o los limpios de corazón», poner «bienaventurados los vagos, porque ellos harán que Sánchez siga en el poder otros mil días y España siga progresando mucho más».
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