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Leemos la noticia de la 'hoja de ruta' del Gobierno de Buruaga, las 25 medidas clave del próximo Gobierno, y nos parece ver al león de la Metro anunciándonos la misma película que ya nos han pasado demasiadas veces: la cultura no aparece. Ninguna de ... esas 25 medidas tiene nada que ver, ni de lejos, con la cultura.
¿No damos crédito? Claro que lo damos. Es el PP de siempre, al menos el de nuestra comunidad, el sabor de nuestra tierruca. Mandando el partido de Génova (o de Joaquín Costa), aquí la cultura se queda en la retaguardia. ¿Menéndez Pelayo, Gerardo Diego, Concha Espina, José Hierro, Ataúlfo Argenta, María Blanchard? Sombras del pasado nada más. No son cosas de comer, ni de salir mucho en los medios. Hay 25 asignaturas, cuando menos, de mayor relevancia.
Hace una semana ya tuvimos un anticipo. Ya se vio que la Consejería de Cultura no iba a sobrevivir en el nuevo organigrama. Quedará, si Dios no lo remedia, como una parcelilla de la de Educación, cuya enorme envergadura la ahogará necesariamente desde el minuto uno, tal y como sucedió en la época de Ignacio Diego. Se creará una 'direccioncilla' de Cultura, asignada a un ministril, seguramente del partido, y no se hará otra política cultural que la de quitar a unas personas para poner a otras más dignas de confianza. Ni siquiera es de esperar que se plantee una reflexión crítica sobre la acción cultural llevada a cabo en estos ocho años por la izquierda.
Esa acción que era mero sectarismo, implementación pura y dura de programas ideológicos bien conocidos, quedará sin corrección alguna. Quizá, a partir de ahora, ya no se hable tanto de perspectiva de género, de feminismo y LGTBI, pero veremos repetirse hasta la saciedad ciclos de conferencias y de cine de mujeres, recitales de poesía y conciertos con mujeres, para mujeres, sobre mujeres, desde mujeres, entre mujeres, hacia mujeres. E igualdad, enormes dosis de igualdad. La imaginación que no falte.
¿Ofrecerá otra cosa el PP? Tal vez sí. Tal vez veamos acabar, restaurados o de nueva planta, cuatro o cinco grandes edificios. Y podremos llamarlo gesta cultural, como a la Reconquista, que duró ocho siglos. Habrá fotos y grandes titulares, sonoras inauguraciones. Pero, ¿y después? ¿Quién hará que todo eso sirva para algo más que para atraer a unos miles de turistas?
¿Asesores externos cualificados para la Cultura, consejeros externos en el sentido noble de la palabra, expertos de verdad en la misión de hacer que nuestros ciudadanos aprendan el valor de la filosofía y del arte, la importancia de la historia, la urgencia del libro, la necesidad de la ciencia (que eso sería, al fin y al cabo, un verdadero regidor de la cosa cultural)? Ni caso. El partido ya tiene gente que sabe de eso.
Pero así es la derecha española. Si quiere un ministro de obras públicas, nombra a un ingeniero. Pero si quiere un consejero de Cultura, nombrará a aquel vaya a cumplir mejor las órdenes de la jefa. Porque no hay ninguna guerra cultural que librar. Y porque, además, la cultura es cosa fácil.
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