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Tuve la suerte de vivir mi adolescencia en los años finales del franquismo. No porque me gustara Franco ni aquel régimen, sino porque hoy puedo opinar sobre él desde mi experiencia personal y no desde mis lecturas o desde las películas que me han contado ... en tiempos posteriores. No me gustaba Franco, no le gustaba a nadie de mi entorno, y se me hizo eterna la espera de su muerte. Sabía algo de historia y algo de política, y suspiraba por ver llegar la hora en que mi país dejase de ser una dictadura en que sólo tenían voz pública los tipos vinculados a un partido llamado El Movimiento. Esa hora llegó, y una mañana todas las emisoras de radio amanecieron, qué delicia, emitiendo música clásica, y yo, que estudiaba Derecho en Madrid, dispuse de un día entero para atracarme de librerías antes de volver a mi tierra, porque el Gobierno decretó para todos los estudiantes una semana no lectiva.
Qué cantidad de librerías había entonces en Madrid. En Madrid y en cualquier ciudad de España. Librerías buenas, surtidas de libros de casi cualquier tipo e ideología. Era una dictadura especial aquella en que no podías criticar abiertamente al régimen ni fundar un partido político, pero podías comprar cualquier libro, y la oferta era inmensa: de Cortázar a Torrente, de Sartre a Sastre, de Benet a Soljenitsin… Sencillamente, el mercado literario era mucho más libre, rico y variado que hoy. La cultura importaba más. En los medios, en la calle, en las tertulias, se hablaba el triple que hoy de teatro, de cine, de música y de libros, pero no de aquellos que enredan o engatusan a las masas, como ahora, sino precisamente de aquellos que las desafiaban, aquellos que apostaban por lo nuevo, lo arriesgado, por lo difícil, por la calidad. Y sus caminos eran múltiples. No se conocía esto del pensamiento único, esta tiranía embozada que hoy rige en el mundo cultureta.
La España de entonces, la de los años finales del General superlativo, más que una dictadura blanda, como dicen algunos, era una dictadura tensa. Tensa de ambiciones, de anhelos, sedienta de rebeldía, tensa de erotismo, excitada de espíritu inventivo y de imaginación. Y todo ello era el fruto de una sociedad bien educada, básicamente sana y fértil, llena de vitalidad y dinamismo. Justo lo contrario de hoy. Hoy la gente se deja llevar, los progres y los fachas. Hoy la gente está presa de los grupos, de los bloques y de los paquetes ideológicos. Entonces no. En aquel lustro que yo recuerdo, campeaba el individualismo. Podía tenerse miedo a la brigada político-social, pero nadie tenía miedo a apartarse de la tropa.
No hablo desde la nostalgia. No pasé muy bien aquellos años y sé que hubo crímenes. No nos gobernaron santos ni gentes filantrópicas, pero pudieron habernos gobernado gentes más feroces, más cainitas. En Checoslovaquia, en Hungría, en Rumania, sé que lo pasaron mucho peor que por aquí.
Los que no vivieron aquel tiempo pueden conocerlo bien, si lo desean, si desean formarse un juicio justo. Pero eso les obliga a escuchar a los historiadores serios o a los viejos que conserven la memoria. La verdad sólo puede buscarla uno mismo y por sí mismo, y sólo normalmente mediante la confrontación de versiones contrapuestas. No es verosímil que haya mucha gente lo bastante honrada como para hacer este esfuerzo. Lo cómodo es aferrarse a la versión que nos es afín, e ignorar la contraria. A muy pocos les gusta la contradicción.
Pero, si cada individuo es libre de formarse las opiniones que quiera, libre de dejarse llevar por la nostalgia del pasado, el cariño a la España del franquismo, o por la abominación de ésta, por el resentimiento contra aquel tiempo, un gobierno no puede hacer tal cosa. Un gobierno no debe dedicarse a recrear el pasado a su interés, no debe montar un relato canónico como si fuera una novela de narrador omnisciente. No hay ni puede haber verdades oficiales en la historia. Déjese el pasado a los ciudadanos libres y a los estudiosos, y anímese a la gente a leer libros del color que guste.
¿Deseo saber cómo fue realmente la España de la dictadura? Ahí están la literatura, el cine, el periodismo de aquel tiempo. No la literatura, el cine, el periodismo que se han hecho después, y menos el que vaya a hacerse ahora pagado por el poder o demandado por un mercado cautivo.
Un gobierno que se afana en contarnos hoy lo malo que fue un periodo o un personaje histórico es un gobierno que mira hacia atrás con rencor, con dolo, con mala fe.
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