Secciones
Servicios
Destacamos
El próximo 4 de septiembre se cumplen doscientos años del nacimiento de Anton Bruckner y no puede decirse que la ocasión esté siendo dignamente celebrada en España, y menos en Santander. Ni una sola publicación. Sólo alguna que otra obra suya en los programas de ... concierto de por ahí.
Bruckner es, sin duda, el compositor sinfónico más venerado por la gran mayoría de los directores de orquesta del mundo; para sus admiradores, ningún otro músico suscita tanto entusiasmo. Si existe un compositor clásico que se pueda calificar 'de culto', es él. Nada hay tan grandioso y tan profundo, como sus sinfonías, todas ellas igualmente arrebatadoras, de la 0 a la 9.
Será un tópico, pero no una falacia ni una exageración, decir que esas sinfonías suyas son como catedrales sonoras. Por su grandeza arquitectónica, por su elevación religiosa y su inspiración teologal, y por el esplendor y la belleza inmensa de sus materiales y de sus adornos. Pero ocurre que, mientras las grandes catedrales de piedra y luz de nuestro mundo son, prácticamente, obras anónimas (o colectivas), las catedrales de sonido que llamamos sinfonías brucknerianas llevan la firma única de alguien con nombre y apellido. Y alguien asombrosamente humilde, que nunca se creyó más que un sencillo trabajador musical de origen campesino, que fue despreciado casi hasta el fin de su vida por la créme del mundo cultural vienés y que sólo trató básicamente de dar gloria a Dios con sus composiciones.
Pero, ya que hablamos de Dios y que nos meternos en el terreno de la música religiosa, no estará de más decir que a la música de Bruckner no le conviene el calificativo de 'espiritual'. Ese podríamos reservarlo para Bach, para Victoria, para Byrd o para Gorecki. Claro que la música de Bruckner nos eleva, pero no lo hace desde el ascetismo sino más bien desde lo contrario; desde lo carnal, desde lo terrenal. Y, en ese sentido, es el más católico y quizá también el más barroco de todos los músicos, porque sólo el catolicismo ha sacado todas las consecuencias al hecho de que el hombre no sea sólo espíritu.
La música de Bruckner nos enseña y ayuda a proyectarnos hacia el de Arriba desde nuestra carnalidad, desde nuestros anhelos, pasiones y ambiciones, desde nuestra miserias y angustia. La música de este vienés católico, santo no canonizado pero canonizable, tiene el don milagroso de evidenciarnos cómo, poniendo la mirada en el dios de la cruz, el hombre puede transmutar su tragedia y su dolor en la alegría de la paz perenne.
No se lea esto como el testimonio fervoroso de un creyente. La belleza sonora, estética, de la música de Bruckner está ahí, incluso para el más recalcitrante ateo. El Festival de Santander nos ofrece hoy una oportunidad de disfrutarla: la Cuarta Sinfonía, no la más grandiosa de las suyas, pero sí tan estimulante como las otras, y quizá la más accesible para el gran público.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.