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Ha pasado un año desde la huelga del transporte que puso en jaque una parte significativa de la economía regional con amenazas y sabotajes a empresas de Cantabria. Han pasado algo más de seis meses desde que padecimos la huelga del metal donde todavía nadie ... acaba de comprender cómo se gestó, cómo se desarrolló y cómo, de forma mágica, se llegó a un acuerdo predeterminado para que alguien de fuera se colgase una medalla a costa de las empresas, los trabajadores y los ciudadanos de Cantabria. Ahora, cuando estamos atravesando una situación compleja –bastante más de lo que la trompetería oficial quiere vender– se repite el mismo patrón de actuación focalizado esta vez en un sector y una empresa puntera y de enorme influencia en la comarca del Besaya.
El esquema es simple pero muy eficaz: Como pasó en la huelga del metal, a estas alturas aún no existe una lógica racional que explique el proceso que se está desarrollando en este conflicto. Como paso en la huelga del metal, la injerencia de agentes externos, sin nada que perder –y mucho que ganar– es más que evidente. Como pasó en la huelga de metal, algunos dirigentes políticos intervienen tomando partido, públicamente, en un asunto que es estrictamente privado entre una empresa y sus empleados. Como pasó en la huelga del metal, los damnificados serán los empresarios, los trabajadores y las subcontratas de esa empresa, que nadie lo dude.
Porque, como pasó en la huelga del metal, será imposible recuperar el nivel de los pedidos que ahora se pierdan porque nadie quiere depender de una empresa implantada en un territorio hostil. Y esta beligerancia se evidencia cuando hay inversiones que se pierden, empleo que se deslocaliza, talento que huye, negocios que cierran.
Están pasando demasiadas cosas en Cantabria como para que podamos ser mínimamente optimistas sobre el futuro de la comunidad. No hace falta ni siquiera hablar del asunto de los trenes para que todos nos demos cuenta del papel secundario, marginal y anecdótico que jugamos como comunidad. A pesar de lo que dicen las cifras oficiales y las encuestas, lo cierto es que no nos hacemos respetar, no tenemos ninguna capacidad de influencia, no contamos para nada. Cantabria se está convirtiendo en un territorio hostil para la inversión y la iniciativa privada. Y lo peor es que se intenta criminalizar, acusar, poner en la diana a los únicos que crean riqueza y bienestar, los empresarios. Nosotros sí somos los que facilitamos con nuestros impuestos que haya mejores servicios públicos, los que permitimos con nuestras nóminas que haya empleo y actividad económica.
Los empresarios y los trabajadores debemos saber llegar a acuerdos porque ambos somos piezas de un mismo engranaje. ¿De verdad los empresarios somos los malos? ¿De verdad el progreso está en aumentar el gasto público con más funcionarios, más empresas y entidades públicas ineficientes y que son focos de enchufismo? ¿De verdad el futuro se restringe a ver como pasa el tiempo y como gastamos los recursos públicos, que son de todos, en iniciativas y acciones estériles? ¿De verdad el progreso está en vender el clima y el paisaje y confiar el futuro a que el verano tenga algunos días más de sol?
El termómetro con el que se mide la temperatura de nuestra economía no es solo la cifra de parados de cada mes. Y no puede ser un motivo de orgullo que descienda en unos pocos centenares o que el indicador esté por debajo de la media nacional. Porque en estos últimos años nuestra aportación al conjunto del empleo nacional ha descendido del 1,10% al 1%, es decir, que las posibilidades de trabajar en Cantabria se han reducido un 10%. Por cierto, esta empresa a la que ahora están vilipendiando ha creado 150 puestos de trabajo fijos en los dos últimos años.
Más allá del relato, la realidad que vivimos los empresarios –la buena, la de verdad– es que casi todos luchamos para sobrevivir porque el incremento de costes nos asfixia; que las trabas burocráticas nos comen y paralizan; que los emprendedores buscan otros destinos; que nuestro talento huye de aquí; que no somos capaces de encontrar perfiles profesionales adecuados porque el sistema educativo está congelado en el pasado; que estamos desangrándonos por una dejadez que lastra a sectores tan vitales como la industria electrointensiva; que nuestro sector primario se va consumiendo sin que nadie sea capaz de revitalizar las zonas rurales de nuestra comunidad…
Cuando el conflicto de Aspla finalice nos daremos cuenta de que sus consecuencias irán mucho más allá de las paredes de sus fábricas. El efecto dominó que ejerce sobre toda la cuenca del Besaya debería ser un motivo suficiente de preocupación para que muchos recapaciten sobre el rumbo que está llevando nuestra comunidad, hacia dónde camina y cuáles son, de verdad, los retos a los que se enfrenta.
Mientras tanto, los empresarios seguiremos ayudando a nuestras instituciones, pero –por incómodo que resulte en ocasiones– seguiremos contando la verdad de las cosas con lealtad, pero también con la imprescindible claridad para que Cantabria llegue a ser un lugar próspero donde se pueda emprender, trabajar y vivir en libertad.
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