Bicentenario en el olvido
El año pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de Ángel de los Ríos y Ríos
Enrique Gutiérrez Cuenca
Historiador y arqueólogo
Lunes, 22 de enero 2024, 07:07
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Enrique Gutiérrez Cuenca
Historiador y arqueólogo
Lunes, 22 de enero 2024, 07:07
En febrero del año pasado se cumplieron 200 años del nacimiento de uno de los más destacados eruditos de la Cantabria decimonónica, Ángel de los Ríos y Ríos. Polifacético escritor, historiador, geógrafo, político, periodista… Carismático hasta el punto de que su buen amigo José María ... de Pereda le convirtió en personaje de una de sus novelas, en el «señor de la torre de Provedaño», a quien describe rodeado de libros, papeles «y de huesos fósiles, y de candilejas y escudillas romanas, y de bronces herrumbrosos» en Peñas Arriba.
Ha pasado a la historia de la ciencia por su polémica con Marcelino Sanz de Sautuola a raíz del descubrimiento de las pinturas rupestres de la cueva de Altamira. Desbordado por las cada vez más numerosas pruebas de la antigüedad de la cultura humana que en esos años del siglo XIX dieron lugar al nacimiento de la 'prehistoria', queda para los anales como el abanderado del rechazo de la remota antigüedad de tan tempranas manifestaciones artísticas. Se le presenta como enconado enemigo de Marcelino, con quien, sin embargo, siempre le unió una cordial amistad que queda reflejada en el tono con el que se desarrolló el enfrentamiento dialéctico. Con otros tuvo mucha menos cortesía, como cuando se enfrascó en un agrio debate sobre la ubicación del Portus Victoriae con el santoñés Baldomero Villegas.
Maestro en muchos campos, sin duda su incipiente labor como pionero de la arqueología es la que ha dejado la huella más profunda, aunque a veces se perciba como difusa o errada. Fue uno de los primeros en realizar excavaciones sistemáticas en las ruinas romanas de Retortillo, tradicionalmente identificadas con la Julióbriga de las fuentes clásicas. También realizó un estudio monográfico sobre la pátera de Otañes y describió los restos romanos hallados en 1886 en el promontorio de San Martín, en Santander. La necrópolis de Espinilla, en la que recogió una colección de estelas funerarias con inscripciones única para su época, ha sido un yacimiento arqueológico de referencia desde los primeros hallazgos realizados en 1865 y sigue siendo objeto de debate siglo y medio después. Menos conocido es su papel en los primeros estudios de lugares emblemáticos como el castro cántabro de Monte Bernorio, el conjunto megalítico del collado de Sejos-Cuquillo o la iglesia prerrománica de San Román de Moroso. Muchas de estas investigaciones nunca llegaron a publicarse y sus notas manuscritas, acompañadas en ocasiones de dibujos y planos, quedaron relegadas al olvido. El reconocimiento que recibió de sus contemporáneos no tuvo la merecida continuidad, como tampoco la tuvieron muchos de trabajos que inició en esa etapa temprana en el que la investigación arqueológica se estaba consolidando como una disciplina científica.
Aunque en la más temprana biografía que glosó su vida y obra quedó bautizado como 'El Solitario de Proaño', siempre se quiso rodear de grandes cabezas pensantes, pero sus circunstancias vitales no le permitieron tener la vida social que hubiese deseado. En sus contadas escapadas a la capital, no perdía oportunidad de participar en la tertulia de 'La Guantería', donde coincidía con Amós de Escalente y otros intelectuales locales. Tampoco quiso dejar escapar la oportunidad de invitar a conocer Campoo a Emilia Pardo Bazán durante el veraneo que la escritora disfrutó en Cantabria. Juzgado, condenado y encarcelado, fue indultado por el peso de un clamor popular del que el mismísimo Marcelino Menéndez Pelayo fue portavoz en la corte. Uno de los introductores del evolucionismo en España, el cabuérnigo Augusto González de Linares, pronunció en 1893 un encendido y emotivo discurso laudatorio. En el intermedio de uno de los juicios a los que don Ángel se enfrentó, en los últimos años de su vida, por defender con demasiada violencia lo que él creía de justicia. Esos últimos años fueron una concatenación de azarosas dificultades que terminaron incluso por alejarlo de su pasión por la historia y algo también de esos círculos sociales en los que encontraba el ambiente intelectual que anhelaba desde joven. Con el mencionado Pereda, Enrique Menéndez Pelayo o Eduardo de la Pedraja, cultivó una amistad que, la mayoría de las veces, era correspondida desde Proaño de forma epistolar.
La labor de su familia en la custodia de su legado ha sido fundamental para que haya llegado hasta nosotros. Atesoran con orgullo una ingente cantidad de documentos que reflejan la incansable actividad investigadora de don Ángel sobre el pasado de Cantabria. Una herencia ligada a su casa solariega, la torre de Proaño, en la que se custodia su biblioteca, sus manuscritos, su correspondencia e incluso algunos objetos arqueológicos. Aunque siempre han recibido a los estudiosos con buena disposición y pocos obstáculos, sería deseable que en un futuro no muy lejano todo ese tesoro de incalculable valor pasase al dominio público, recibiendo el cuidadoso tratamiento que merece.
Cada vez somos menos dados a conmemorar efemérides, pero este bicentenario hubiese sido un momento adecuado para rememorar sus aportaciones a la cultura montañesa. Cronista de la provincia, cuando tal reconocimiento tenía mucho más significado que hoy en día, defensor de lo nuestro como pocos, orgulloso de sus raíces, auténtico paladín de Campoo y de Cantabria, de las tradiciones, de la historia y la memoria, merece mucho más que el silencio institucional con el que ha sido celebrado tristemente este bicentenario.
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