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Cuando yo tenía nueve años hice un curso de ingreso en el Instituto de Enseñanza Media y allí se me inculcaron los adiestramientos bajo el lema 'la letra con sangre entra'. Nos ponía el maestro en fila y si fallabas las preguntas el estímulo era ... un reglazo en la punta de los dedos. Evidentemente esto no es disciplina, esto es terror y no puede haber peor estado anímico para el ejercicio intelectual que el terror. Entonces, cómo ejercer el control en la pedagogía es lo que con el desarrollo de la civilización se ha ido pergeñando. Aún en nuestra sociedad comunitaria todavía se ejerce el miedo en la enseñanza. En Alemania los niños y jóvenes van asustados a las clases y el maestro o profesor son el espejo en el que se miran los alumnos en su camino hacia el conocimiento. El autoritarismo se impone como arma disciplinaria. La enseñanza cuanto más se libere de la autoridad del profesor tanto más libre será el entendimiento de los muchachos para afrontar los difíciles lances que el saber debe superar para enriquecerse.
Pero no estamos hablando de relajación sino de la administración de la disciplina como arma irrenunciable en el aprendizaje de los niños y personas en general. En el Ejército el dicho 'órdenes son órdenes' se lleva a rajatabla. La única diferencia que debe haber en el mundo civil es que las normas se cumplen y son iguales para todos, pero se trata de aplicarlas, no de crecer en conocimientos, en esto el profesor solo debe tener la autoridad de la sabiduría. Eliminar cualquier indicio de imposición en la enseñanza es vital para crear un ambiente de serenidad y libertad promocionando la búsqueda del saber al individuo, sea niño, adolescente o adulto.
Es más, estoy por asegurar que, cuanta más alegría se insufle en el ánimo de los discípulos, mayores serán los réditos en el desarrollo general del pensamiento, lo que es fundamental en cuanto a la formación de nuestra sociedad. No debe entenderse la disciplina como arma equivocada, aquella es necesaria en todo conjunto humano. Saber aceptar y ejercer las normas que rigen las relaciones entre humanos es primordial, pero es estrictamente necesario distinguir entre aplicación o ejercicio de normas y disciplina. Esta aplicación mental es necesaria en el crecimiento del aprendizaje; si no aprendemos las normas necesarias para extraer raíces cuadradas, por ejemplo, nunca aprenderemos a calcularlas bien como resorte que siempre tiene que estar a disposición del entendimiento para plasmar mejor la realidad que queremos lograr.
La disciplina es un hábito personal, así redactar informes, cuentos o epopeyas con lápiz y papel desarrolla los controles del cerebro sobre los dedos para el ejercicio de la escritura, lo que no es inútil sino que provoca la comunicación entre el cerebro y nuestras extremidades móviles. De la misma manera, no utilizar de manera abusiva en la enseñanza Primaria y Secundaria las calculadoras proporciona el hábito del cálculo que en el futuro tendremos presente a la hora de captar o exponer nuestras conclusiones en reuniones, conversaciones o ámbitos de esparcimiento. Aquí es donde la disciplina ocupa un lugar primordial en la enseñanza, no superproteger el esfuerzo de los alumnos, el adiestramiento también ocupa un lugar preponderante en cualquier tipo de formación. En general, todo lo que sea practicar la disciplina en actos y costumbres es un arma de primer establecimiento en el abordaje diario de la vida que siempre nos induce al esfuerzo y al sacrificio para alcanzar los trofeos con los que queremos orlarnos.
Me induce a pensar mal, sobre un futuro no demasiado lejano que nos aguarda, cuando veo con asombro todas las mesas de las clases de los colegios ocupadas por ordenadores, dándolos una supremacía sobre el conocimiento que no deben tener. Los ordenadores son máquinas de cálculo poderosas pero siempre en dependencia del entendimiento, nunca deberíamos ser sumisos a los aparatos de cálculo, si no queremos ir progresando en trayectoria decadente de la creatividad. Los computadores nos someten a su disciplina y crean hábitos insanos en el entendimiento de las personas que tanto en el trabajo como en el aula nos producen una indolencia total a la hora de enjuiciar nuestros trabajos. Así, es muy frecuente ir al banco y oír al oficial de turno decir, lo siento no funciona el ordenador, y la respuesta debe ser siempre la misma: «Ese es su problema, yo quiero mi dinero».
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