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Contaba John Maynard Keynes que la Primera Guerra Mundial tuvo como consecuencia la hegemonía del estado en la vida de la sociedad: pudo recabar y emplear recursos como jamás antes había hecho. La militarización de la existencia en los países combatientes dejó huellas duraderas, ... como simiente para los totalitarismos. Ahora nos encontramos ante una gran crisis, de (falta de) salud pública en su origen, pero al mismo tiempo económica y del mundo del trabajo. También aquí se ha requerido la exhibición de poder de los estados, su intromisión de iure o de facto en todas y cada una de las libertades esenciales. En principio, contra el coronavirus y para salvar vidas. Pero se requerirán acciones no menos trascendentales para recuperar la economía con fondos públicos y disposiciones específicas de las diferentes instancias políticas: europea, española, cántabra, municipales.
Es muy conveniente, a la vista de experiencias pasadas, que esta necesaria intervención lleve también su propio 'plan de desescalada', pues lo que la economía tiene hoy por imprescindible, la inyección pública en las venas del mercado, mañana sería perjudicial si acabáramos en una producción burocratizada, distorsionada y sin eficiencia. Ahora mismo el sostenimiento de negocios y rentas es ineludible, da lo mismo si se genera déficit o no, porque es un problema a solucionar en el futuro. Si el futuro es malo, no creo que nadie satisfaga el déficit (la señora Lagarde cuenta con ello, se le nota en la cara); si es bueno, se podrá pagar. El asunto es más bien otro: evitar una economía post-crisis que no pueda funcionar sin intubación.
La historia de la política comercial española antes de su apertura al exterior ha sido un clásico de este problema. Nuestra industria confiaba en la protección arancelaria para garantizarse el mercado interior, y con ello se volvió poco modernizadora y competitiva, además de vender su producto demasiado caro para unos consumidores que podrían haberlo adquirido fuera más económico. Al final se impone la apertura de fronteras económicas y la industria, en parte obsoleta, se ve abocada a una cruda reconversión. Se reconocerá en ello buena parte de la historia industrial y aun ganadera de Cantabria del último medio siglo. Tan importante como la activa y comprometida intervención estatal debe ser su conciencia de temporalidad, de objetivos que cumplir, y de procurar que luego la sociedad quede en condiciones de funcionar por sí misma.
Entiendo que, cuando nuestras autoridades aún no han tenido a bien comunicarnos cómo piensan sacar la economía del abismo actual, quien esto lee pensará, con motivo sobrado, que estoy poniendo el carro delante de los bueyes: cómo desintervendrá el estado una vez que haya intervenido... cuando aún no ha intervenido. Pero precisamente porque algún día comenzarán con los borradores: que no se les olvide escribir el epílogo, pues la carne es débil, tanto del administrado como, sobre todo, del administrante. No creerá usted que la tentación de usar presupuestos para comprar votos murió con el conde de Romanones.
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