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La historia tiene estas cosas. Incrustado en el conflicto originario contra los elementos naturales y los animales silvestres, el ser humano prospera gracias a la fortaleza tribal. En ese preciso instante, comienza el jolgorio militante. Las civilizaciones evolucionan y protegen sus diferencias bajo supuestos mandatos ... divinos, bellísimos relatos mitológicos y una legislación de porra y filo. Parece increíble que, frente a este patrón de tantos siglos, alguien hablara, alguna vez, de la libertad.
Esta palabra, desprestigiada, en nuestros días por razones sectarias, ha sabido siempre a compromiso con las cosas mejores. Hablamos de la libertad política, la que propicia instituciones razonables y, sobre todo, la que permite la convivencia desde la crítica al poder. La democracia como receta contra la comunión mística. Hoy, suena a broma.
Hace veinticinco años, la banda ETA, amparada por su brazo político, Herri Batasuna, secuestró a Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Ermua. Los terroristas concedieron tres días al Gobierno para acercar a todos sus presos a las cárceles vascas. Cumplido el plazo, el pistolero García Gaztelu, alias 'Txapote', disparó dos veces a la cabeza del joven de 29 años. Blanco moriría al día siguiente.
Durante aquellos días de tensa espera, la población vasca, y la del resto de España, se movilizó como nunca antes contra el terror. Millones de personas tomaron las calles del país. Muchos se concentraron frente a las sedes de la izquierda abertzale, al grito de «¡asesinos!». Un escrache de verdad, espontáneo y moralmente intachable. Arnaldo Otegi, el líder batasuno -hoy llamado «hombre de paz»- estaba en la playa, pero, quizás, vio las imágenes en el televisor del chiringuito cuando iba a por otra ronda. En ese ambiente de defensa de la libertad y de la vida, los agentes de la Ertzaintza, emocionados ante lo que estaban contemplando, se despojaron de sus pasamontañas.
De ese espíritu nacieron el Foro de Ermua y la plataforma Basta Ya, movimientos, ambos, liderados por intelectuales que actualizaban su lucha contra el proyecto de limpieza étnica. Muchos cayeron en el intento porque, no lo olviden, ETA siguió matando y los nacionalistas se coaligaron en el tenebroso 'Pacto de Lizarra' con HB y, ojo, con Izquierda Unida. En aquella época de exterminio ideológico, los que hoy advierten contra el fascismo, preferían desmarcarse de la batalla contra ETA. Nuestro exvicepresidente, Pablo Iglesias, llegó a elogiar la perspicacia de la organización criminal en una herriko taberna de Pamplona. Ya saben, la desvergüenza.
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