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Tiene usted derecho a escandalizarse. Un día el periódico dice: «Cantabria es la región donde menos bajó el paro en 2018», y otro día afirma «Cantabria lideró la caída del paro». No es que los periodistas nos hayamos vuelto locos o que el ... Gobierno haya puesto un anuncio de incógnito: es que el Estado español, a través de dos organismos distintos que echan cuentas a su distinta manera, ha alcanzado conclusiones opuestas sobre uno de los principales indicadores de Cantabria. Un organismo, dependiente del Ministerio de Trabajo, y que apunta mensualmente en sus registros a las personas que buscan empleo, afirma que al acabar 2018 tenía 37.600 cántabros en paro, lo que suponía que solo había bajado un 2,5% en un año, el peor porcentaje de todo el país. Por el contrario, otro organismo, el Instituto Nacional de Estadística, que realiza una encuesta y efectúa una estimación, considera que en el último trimestre la región tuvo solo 25.900 desempleados, número inferior en casi un 31% al de 2017, e imbatible por las demás comunidades autónomas.
Cada uno tiene su sistema de cálculo y sus métodos especiales: no busque por ahí si no quiere conocer a los sucesores contemporáneos de cierto gobernador de Judea. Por donde hay que buscar es por el sentido común. Si las estadísticas de empleo y paro no sirven para informarnos cabalmente de cuántos empleados y parados hay, ¿cuál puede ser su propósito real? Por eso el periodista no puede quedarse en esta superficie de la contradicción, ni aceptar que el paro en Cantabria sea como el gato de Schrödinger, que puede estar vivo y muerto a la vez, hasta que el físico abre la caja donde está encerrado el felino y desencadena con su intromisión una u otra cosa.
Efectivamente, si Cantabria fuera la región con más dificultades para reducir el desempleo, se necesitarían con inminencia grandes inversiones públicas y privadas. En cambio, si Cantabria es un Ferrari de la reducción del paro, todo va bien y no hay que hacer nada. Curiosamente, los mismos portavoces gubernamentales que abrazan la estadística optimista son los que más han llorado por el catastrófico efecto que en Cantabria venían causado tanto los rigores contables bruselenses como la sequía de inversiones del Gobierno español. No parece que fuera grave la cosa, si arroja tan extraordinaria cosecha. ¿Será esta la causa, ocultamente benefactora, del olvido de Cantabria en los presupuestos nacionales para 2019? ¿Nos va la marcha?
La realidad es que parece difícil aceptar que 11.700 personas que están apuntadas como parados en las oficinas de empleo, con sus DNI, no sean en absoluto desempleadas. Es mucha gente como para aceptar que pudieran estar en ese registro solo por vicio, o transformadas en eso que Miguel Ángel Revilla denominó ingeniosamente una vez «los quietos». Y es que el INE, que por cierto preside el catedrático cántabro Juan Rodríguez Poo, no sólo no descubre más parados cántabros que los ya registrados por el Ministerio (como sí sucede en la esfera nacional), sino que estima que hay casi 12.000 menos que los apuntados con nombre y apellidos. Sería urgente conocer la motivación de este auténtico ejército de Jenofonte para tomarse semejante molestia (¿podría ocurrir que algunos requisitos oficiales para obtener subvenciones estuvieran inflando las cifras de paro registrado y que unas burocracias estuviesen dando la lata a otras?).
Vayamos, en busca de alguna claridad, a los conceptos donde sí coinciden el INE y el Ministerio. Ambos consideran que Cantabria creó el año pasado empleo en un 1,6% o un 1,7% mientras España lo creaba al 3%. Ambos también coinciden en que nuestra región fue una de las comunidades con menos avance del empleo. El INE dice que fuimos los sextos por la cola de 19; el Ministerio, que los antepenúltimos, solo por encima de Castilla y León y de Asturias.
Pero esto nos sume de nuevo en la perplejidad. ¿Cómo puede ser que coincidan casi exactamente al evaluar el pobre ritmo de generación de empleo, pero discrepen radicalmente al valorar la reducción del desempleo? Parece que la clave reside en el INE y en cómo calcula la población que, teniendo 16 o más años, está disponible para el trabajo, y por tanto es «población activa», frente a la que no tiene esa disponibilidad y es «inactiva» (por ejemplo, estudiantes, jubilados, personas dedicadas solo a labores del hogar, incapacitados permanentes y ciudadanos que perciben una pensión no de jubilación).
Lo que el INE ha concluido es que nuestra población activa se ha desplomado durante 2018: los disponibles eran 7.000 menos que un año antes. Ello nos sitúa en la tasa de actividad más baja de España con asturianos y gallegos. Así que, muy naturalmente, si hay 7.000 menos disponibles, y además se han creado 4.000 empleos, resulta que ha bajado el paro en 11.000 cántabros, más por no haber gente que por haber trabajo.
Estos 7.000 «desaparecidos» de la población activa considera el INE que se han distribuido así: aumentaron 1.000 hombres, pero «desaparecieron» 8.000 mujeres, básicamente con edades entre los 20 y los 44 años. Grosso modo, un tercio eran universitarias, otro tercio con educación secundaria post-obligatoria, y el restante con la obligatoria. Si pasamos a la estadística de «inactividad», vemos en qué aumentó principalmente la femenina: en percibir pensiones no de jubilación, en dedicarse a labores del hogar, y en estudiantes. Dicho de otro modo: la población activa cántabra cayó por las jóvenes que siguen estudiando al no hallar trabajos interesantes; por las jóvenes y menos jóvenes que se dedican al hogar porque tampoco encuentran nada; y por las mujeres con algún tipo de pensión que desincentiva el trabajo. Si no están en paro todas ellas, se le parece mucho.
Naturalmente, cada parte del Estado nos dirá que tiene sus álgebras, y que el paro de Cantabria es como el gato de Erwin Schrödinger, vivo o muerto según la intervención de quien lo tiene que comprobar. Y puede que tengan la razón técnica, pero nuestro problema práctico es si hay que llamar al veterinario, y nos ayudan muy poco. En el frontispicio de la Academia de Platón figuraba: «Nadie entre aquí sin saber geometría». En el Parlamento de Cantabria figurará: «Nadie entre aquí sin saber física cuántica».
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Ana del Castillo
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