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Escenario. Una oficina bancaria de una capital de provincia.
Dramatis personae. Un empleado de la oficina bancaria; diversos clientes; la subdirectora de la oficina bancaria; la directora de la oficina bancaria.
-Empleado [dirigiéndose a cliente uno, cuarentón, que ha hecho cola delante de la ... correspondiente ventanilla antes de ser atendido]. Lo siento, caballero, desde el pasado día uno, los ingresos inferiores a seiscientos euros han de hacerse a través del cajero automático.
-Cliente uno [contrariado, aunque sin perder la compostura]. Perdone, pero es que no soy muy avezado en estas cuestiones... y además, verá, es que no me fío. Podría, si no le importa, acompañarme hasta el cajero [acotación. Cajero que, naturalmente, se hallaba a las afueras de la oficina bancaria] y decirme cómo hago la operación.
-Empleado [con un atisbo de irritación en el rostro, aunque sin perder la debida flema]. Lo siento, pero no nos está permitido abandonar nuestro puesto de trabajo para enseñar a los clientes cómo hacer una operación a través del cajero automático... que, además [acotación. El semblante, ligeramente irritado, del empleado da paso a un no disimulado gesto de sorna], hoy día cualquier niño de teta es capaz de hacer. [acotación. Un niño de teta que, junto a su madre, se hallaba en ese momento en la oficina bancaria, se ofrece amablemente a acompañar a cliente uno hasta el cajero automático para mostrarle cómo hacer la operación de ingresar el dinero. Escena que es contemplada por la subdirectora, que, con cara de consternación, dirige una mirada recriminadora al empleado, ante las miradas, de perplejidad y aun de conturbación, de los demás clientes que se encontraban esperando su turno en la correspondiente fila].
-Cliente dos [acotación. Una joven, probablemente universitaria, con un montón de papeles y carpetas en las dos manos, visiblemente azorada, dirigiéndose al empleado]. Mire, venía a ingresar el importe de la matrícula en la universidad, ya sé que por la cuantía hay que hacerlo a través del cajero automático, lo he intentado, pero, como en la fachada no hay una repisa para poner los papeles, se me han caído al suelo y, con los nervios, he sido incapaz de efectuar la oportuna transferencia, ni siquiera con la ayuda de una amiga que ha procurado ayudarme, sin conseguirlo. [acotación. El empleado se levanta de su asiento, sale a través de la puerta que hay en un lateral de la ventanilla y, con gesto más o menos risueño, acompaña a cliente dos hasta el exterior de la oficina bancaria para ayudarla a hacer la correspondiente operación. Vuelve al cabo de diecisiete minutos con veintinueve segundos, ante la mirada circunspecta de la subdirectora, quien, paralizada, se muestra impotente para articular palabra].
-Cliente tres [acotación. Una octogenaria que ha acudido a la oficina bancaria para poner al día su cartilla. Antes de que pueda abrir la boca, es cogida del brazo por la subdirectora, quien la acompaña hasta su mesa]. Gracias [dirigiéndose a subdirectora], señorita, es usted muy amable, y muy guapa, es que a mis años [...].
-Directora [primera acotación. Con el gesto contrariado y visiblemente irritada, sale de su cuchitril y se introduce en el del empleado, a quien interpela con gesto airado ante las miradas socarronas y los comentarios burlones de la multitud de clientes que llenan, en espera de su turno, el espacio de la oficina bancaria]. [segunda acotación. Los aspavientos y recriminaciones de la directora traspasan los cristales que delimitan el cuchitril de empleado ante el creciente jolgorio de la multitud de clientes que la llenan...] [nota bene. El pudor y la decencia se alzan como valladar infranqueable a la hora de reproducir los denuestos e improperios de directora].
-Empleado. ¡Esto es inadmisible, qué se habrá creído, tengo mis derechos como trabajador! Lo pondré en conocimiento del sindicato, so [...; advertencia innecesaria. La sarta de improperios y denuestos que salen de la boca de empleado son, naturalmente, incompatibles con el decoro y las buenas maneras].
-Directora: ¡Atrévete, so mastuerzo, pelagatos, muerto de hambre... estarías revolcándote en el fango, en la miseria, si no fueras pariente del director general, enchufao, que no sabes hacer ni la o con un canuto!
-Cliente uno, cliente dos y cliente tres [al unísono, mientras se desternillan]. Cuando se enteren en las alturas, todos estos van a acabar en la oficina del paro.
[Addendum. Quienes cotidianamente ofician de clientes de un banco pueden con facilidad apercibirse de que las escenas aquí reflejadas acaecen en cualquier oficina bancaria... siempre, naturalmente, que no se halle sita en la capital de la provincia en que residan].
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