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Dramatis personae. Doscientos pasajeros, pasajero arriba pasajero abajo, de los que se singularizan los que aparecen más abajo; la sobrecargo y tres azafatas más; el comandante del avión y su ayudante... Ah, y Alvarito, mi amor.
-Sobrecargo. Señoras y señores pasajeros, para acelerar ... el embarque... [acotación. El parlamento sigue con la cantilena habitual en estos casos, de sobra conocido por los, más o menos, habituales del avión].
-Pasajero uno [un chaval de unos ocho o nueve años, que contempla, meneando la cabeza, como otro de los pasajeros, sudoroso y cada vez más nervioso, se afana por colocar su maleta y su mochila, además del panamá con que se toca, en uno de los compartimentos de arriba, saturado de objetos similares]. [acotación. La sesuda cavilación del chaval de unos ocho o nueve años no deja en muy buen lugar al pasajero, sudoroso y cada vez más nervioso, que...].
-Pasajero dos [dirigiéndose, por lo bajinis, a Pasajero tres, que acaba de tomar asiendo al lado de la ventanilla en la fila donde hace lo propio Pasajero dos]. Es una vergüenza que dejen subir esos maletones a la cabina, la gente no tiene ninguna consideración, en lugar de facturar llevan todo el equipaje consigo, molestando a los demás y retrasando la salida del avión [acotación. Pasajero dos, que ha sido de los primeros en embarcar, ocupa con sus efectos personales gran parte del compartimento que se halle encima de la fila correspondiente].
-Azafata uno [acotación. Con gesto desabrido, se dirige hacia donde está el pasajero que, sudoroso y cada vez más nervioso, se afana por colocar... y que es observado por Pasajero uno, esto es, el chaval de unos ocho o nueve años que contempla, meneando la cabeza, como otro de los pasajeros...]. ¿Le ayudo, caballero? [acotación. Azafata uno se lleva los efectos personales del pasajero que, sudoroso y cada vez más nervioso, se afana... no sin antes proyectar sobre la cabeza de un pasajero que, sentado, comenzaba a dormitar, alguno de los efectos personales del pasajero que, sudoroso y cada vez más nervioso,...].
[...]
-Comandante. [dirigiéndose al personal de cabina]. Cierren compuertas... [El parlamento sigue con la cantinela habitual en estos casos, de sobra conocido...]... [dirigiéndose a los pasajeros]. Señores pasajeros... [el parlamento sigue con la cantilena...]. Buen vuelo.
[...]
-Azafatas dos y tres [arrastrando el carrillo con los productos que se ofrecen a los pasajeros]. No, caballero [Azafata dos, hablándole al pasajero que acaba de pedir un refresco], no podemos aceptar pesos argentinos, la compañía no nos ha proporcionado la equivalencia en euros del peso argentino].
-Pasajero dos [que no pierde ripio del escote de Azafata dos y que, casualmente, ha oído su comentario, dirigiéndose hacia Pasajero tres]. Es una vergüenza, estos argentinos se creen que con su palabrería de pseudopsicólogos van a camelar a las azafatas con esa milonga del pago con pesos argentinos... como si el peso argentino tuviera algún valor.
-Pasajera cuatro [quien lleva sobre sus rodillas un crío de corta edad]. Alvarito, mi amor, déjalo ya, que el señor te va a reñir como sigas así [acotación. Alvarito, mi amor, es un niño de apenas dos años que se ha pasado todo el vuelo regalando a los pasajeros más próximos, y aun los más alejados, su particular concierto de berridos, chillidos y pataletas, que sólo suspende momentáneamente con los monigotes de la tableta, que maneja como consumado experto].
-Comandante. Señores pasajeros, dentro de unos momentos aterrizaremos en el aeropuerto Seve Ballesteros. El cielo en Santander está despejado, la temperatura, suave [acotación. En el momento del aviso del comandante, el reloj marca exactamente las veintidós horas y diecisiete minutos del día veinte del mes de diciembre]; la temperatura, muy agradable, siete grados sobre cero.
-Sobrecargo. Señores pasajeros, acabamos de tomar tierra en el aeropuerto Seve Ballesteros. Bienvenidos a la ciudad de Santander [coda. Ni que decir tiene que la sobrecargo se halla a bordo del avión, no, en ese momento, en tierra; conseja a las sobrecargo. Para ser respetuosos de la lengua, y, en especial, soslayar el acre reproche lingüístico de Pasajero dos, incorporen a sus parlamentos el término 'bienllegados', que es ortodoxo y correcto castellano].
-Pasajero dos. Es una vergüenza, no saben ni hablar. ¿Cómo qué bienvenidos? ¿Es que acaso la sobrecargo nos está esperando, para darnos la bienvenida, en el aeropuerto Seve Ballesteros? ¿Quién es, en tal caso, la persona que nos ha acompañado durante todo el vuelo... una sobrecarga que ha viajado gratis? Madre del amor hermoso.
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