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Estuve a un tris de perderme la exposición de la donostiarra Cristina Iglesias en el Centro Botín, pero afortunadamente el ejercicio físico me llevó hasta el mental justo a tiempo. Había venido leyendo en los últimos días 'Historia y futuro', de la filósofa ... húngara Agnes Heller. Esta venerable mujer cumplirá los 90 en mayo. Nacida en una familia judía de Budapest, su padre fue deportado a Auschwitz, donde murió. Después de la Segunda Guerra Mundial escuchó al filósofo marxista György Lukács y se hizo comunista. Pero el devenir de la Hungría estalinista y el rebrote de antisemitismo en pleno comunismo llevaron a Agnes y a su marido, Ferenc Fehér, a huir en 1977 a Australia. De allí se trasladaron más tarde a la New School en Nueva York, donde se confirmó como una de las grandes pensadoras sociales de nuestro tiempo. Por el camino dejó de ser marxista y se hizo socialdemócrata con fuerte tono liberal. Pues la Ilustración tiene defectos, pero no tantos como las demás opciones.
Heller presenta dos puntos fuertes, para mi gusto: una teoría de la historia muy ligada al idealismo liberal británico, que escribió al exiliarse en Melbourne; y una teoría de la vida cotidiana, que es justamente el tema central de 'Historia y futuro'. Una de sus tesis más interesantes es que nuestra existencia consiste en la interferencia mutua de tres esferas. En primer lugar, la prerreflexiva del mundo en que nacemos y nos forma: la lengua que hablamos, nuestras habilidades para manejar objetos, los hábitos de conducta. Lo que damos por sentado y sabido. En segundo lugar, tenemos la objetivación con la que generamos nuevo significado, por ejemplo, la religión, la filosofía, el arte, la ciencia, las narraciones. Esta esfera sirve para legitimar o deslegitimar la anterior. Y, en tercer lugar, están las instituciones económicas, sociales y políticas, que articulan la vida en común.
Hay dos tipos de sociedades, dice Heller: las basadas en la primera esfera y las basadas en la tercera. En el primer caso, nuestras circunstancias de nacimiento y crianza determinan la estratificación social y los límites de nuestra realización. En el segundo, nuestro destino es más abierto, pero nos convertimos en 'profesionales' o 'especialistas' y esto tiende a borrar nuestra variada totalidad como personas. Hay una boutade del novelista G. K. Chesterton que sirve para explicar este poderío de la tercera esfera: «Antes el Estado podía enviar a un individuo al patíbulo; ahora es mucho peor, puede enviarlo a la escuela primaria».
La clave para el equilibrio reside en la segunda esfera, que es lo que ampliamente llamamos cultura o espíritu. La cultura puede preservar la libertad de la cotidianidad frente a inercias tradicionales o coacciones institucionales. Y aquí es donde volvemos a Cristina Iglesias. Parte de sus instalaciones son pasillos o laberintos formados por rejas en cuya composición figuran letras, que recogen frases de novelas como la gótica 'Vathek', de William Beckford, o la de ciencia-ficción 'Solaris', de Stanislaw Lem. Iglesias nos sugiere que los laberintos de nuestras vidas se trazan siempre dentro de una envoltura de palabras y discursos. Usted lo tiene que admitir, puesto que está leyendo El Diario Montañés y seguro que no por primera vez.
Se nos vienen encima dos campañas electorales que son como pasillos de Cristina Iglesias, con paredes y techos trenzados en forma de discursos. Casi todos, oráculos apocalípticos. Son verdaderas aporías. España ha de apoyarse o en híper-nacionalistas españoles o en híper-nacionalistas catalanes, algo que no son ni la mayoría de los españoles ni la mayoría de los catalanes. Y Cantabria tiene que hacer en los próximos cuatro años lo que no ha hecho en los últimos, y en todo caso evitar que sean otros cuatro de procrastinación, lo que no quieren ni los que la disculpan. Y Europa debe o renacionalizarse para resucitar o federarse para triunfar. ¿Cada mochuelo en su olivo o un gran bosque para todos los mochuelos?
Sería muy preocupante que los españoles renunciásemos a circular por los pasillos comunes producidos por la cultura, y nos limitásemos a recorrer cada uno solamente las paredes escritas por tradiciones domésticas que se dan por sentadas o por la 'ideologina' inoculada por invasoras instituciones. La vida cotidiana acabaría fragmentándose y disociándose, como estamos viendo en Cataluña con familiares y amigos que no se hablan o que, si lo hacen, ya nunca es sobre el bien común, conversación por excelencia en una democracia. Una sociedad es un vasto sistema de intercomunicación. Si empiezan a generalizarse los círculos ensimismados, el daño puede ser irreparable.
Pues conocemos aquella España. Por ejemplo, cuando en enero de 1901 el estreno madrileño de la obra teatral 'Electra', de Benito Pérez Galdós, fue protestado por la opinión conservadora, en Santander se prepararon, y fueron jaleadas por El Cantábrico, de José Estrañi, amigo personal del autor canario, manifestaciones callejeras que el 16 de febrero apedrearon y llegaron a saquear instalaciones de jesuitas, carmelitas (en la calle del Sol), ursulinas y salesas.
Galdós había escrito este texto de tono anticlerical en su veraneo santanderino de 1900 y con él se convirtió en estandarte laico frente a una Iglesia que consideraba pecaminoso el liberalismo. Este ejemplo recuerda que, si queremos que la cultura proteja la vida cotidiana y regule las instituciones, debe ser un espacio de comunicación, no una yuxtaposición de cápsulas en fricción permanente. Tiene que ser un pasillo donde el transeúnte pueda quedar expuesto a palabras distintas, para que le sea posible conjugar creativamente las suyas propias.
Agnes Heller considera que el concepto moderno de lo político es la concreción del valor universal de la libertad en el espacio público. Pero dicho espacio no es un paisaje mudo, sino que está atravesado por muchos textos. Los pasillos de la libertad están hechos de palabras. La paradoja es que en la era de la hipercomunicación podría estar produciéndose una sociedad de la incomunicación. Es difícil ver cómo sobrevivirá la libertad si el espacio público se fracciona en meros grupos de WhatsApp y burbujas identitarias.
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Ana del Castillo
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