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Quisieron meter a nuestro rey Felipe VI entre la espada y la pared o, mejor dicho, entre la España y la pared, que diría Trapiello. Se pudo comprobar en imágenes claramente cómo no lo consiguieron después de intentarlo, en la toma de posesión de Gustavo Petro como nuevo presidente de Colombia ... , nuestra nación hermana.
De pronto, fuera de protocolo y de toda lógica en un mandatario que quiera comenzar con concordia su mandato, el nuevo presidente electo ordenó hacer desfilar ante los invitados a su investidura la espada desenvainada (signo suficientemente explícito) de Simón Bolívar, estandarte del comunismo tan arraigado ultimamente en los diversos países hispanoamericanos. El nuevo presidente había participado en su robo en 1974 como miembro que era del M-19, organización militar filoterrorista de las FARC, copiando el gesto de los tupamaros en Uruguay, robando la bandera de los 33 orientales. La espada fue devuelta en 1990 tras la firma de los acuerdos de paz.
El presidente saliente Iván Duque había prohibido su exhibición en la toma de posesión como lógica deferencia a sus invitados, sobre todo al rey de España que, desde que le fue encomendado por su padre en 1996, asiste siempre a todas las tomas de posesión de los líderes democraticamente elegidos en todos estos países queridos de nuestra sangre. Hasta en 77 diferentes ocasiones estuvo presente, en 10 de ellas ya como jefe de Estado, y en todas fue tratado con el cariño y el respeto debidos, tuviera el nuevo mandatario democraticamente elegido el signo político y las circunstancias que fueren.
Nuestro rey, en este caso, en una reacción adecuada y explícita, permaneció sentado y sin aplaudir al paso -o mejor dicho, al paseo- del acero, cumpliendo la orden del nuevo mandatario. Permaneció con su 'salvasealaparte' bien pegada al asiento con firmeza como expresión-respuesta proporcional, que se dice ahora.
Sinceramente me recordó el gesto heróico y comprometido de Adolfo Suárez en el Congreso el 23 F y me hizo olvidar, asimismo, a aquel otro maleducado de Zapatero ante la bandera de EE UU. Tres gestos similares con tres interpretaciones bien diferentes de la honra.
Tal y como podía suponerse, desde España inmediatamente surgieron las voces y las reacciones de siempre procedentes de las gargantas y las miserias de los que quieren destruir a la corona y a España: Pablo Iglesias desde su casoplón, Irene Belarra desde su chiringuito ministerial en el que dispone de tiempo, Echenique desde su lengua viperina, los Oriol Junquera desde una terraza de la calle Gracia (que maldita la gracia que tiene), los Puigdemont desde su paseo matinal por Bruselas asegurándose de que tiene la nómina ingresada, y los bilduetarras, desde su confort, preparando los actos festivos hacia los asesinos excarcelados para hacer que coincidan con las fiestas de cada pueblo en agosto. Todos al unísono y todos desesperados ante la figura de nuestro rey, tan querido, respetado y aplaudido allá donde va y nos representa.
Es cierto que nuestra Constitución limita las competencias del rey en nuestra monarquía parlamentaria, que deja lo político en manos de los políticos. Como debe de ser. Pero nada impide en su digna misión pronunciarse tal y como hizo en Colombia o tal y como hizo tras el 1 de octubre después de aquella enloquecida pretensión separatista.
No solo desconocen la misión del rey, sino que olvidan o desconocen en su ignorancia lo que fue la figura de Simón Bolívar con respecto a España, a la que combatió con malas artes hace poco más de 200 años. Por poner un ejemplo: la fecha de la toma de posesión del presidente Petro cumplía exactamente en día y hora los 203 años de la batalla de Boyacá contra España (intencionada coincidencia) y unos pocos menos de la batalla de Tinaquillo (1813), en la que Bolívar mandó ajusticiar, con esa misma espada y a machete, a cientos de comerciantes españoles y a nada menos que 600 militares compatriotas que previamente se habían rendido, reventando después su cabeza como tiro de gracia. O el asesinato de todos los náufragos de una fragata española que había acudido a Isla Margarita en socorro de los realistas.
El rey de España, como gesto simbólico, hizo muy bien en quedarse sentado ante lo que no era la bandera ni el escudo ni el himno nacional de Colombia, que era lo que estaba en protocolo. Cuando vengan por aquí, les mostraremos la Tizona del Cid o el brazo incorrupto de Santa Teresa y no deberán ponerse en pie, si no es su deseo, en justa correspondencia.
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