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Una vez más, y ya es la cuarta desde el estallido de la crisis económico-financiera de 2008, la Comisión Europea he hecho público su ... informe sobre competitividad regional en el seno de la Unión (UE). Como es bien sabido, pues lo hemos comentado en ocasiones anteriores, el índice utilizado (conocido como RCI o Regional Competitiveness Index) es un indicador compuesto de once pilares que tratan de capturar conceptos que son relevantes para conseguir un desarrollo sostenible, con una alta productividad y bienestar; estos pilares aparecen reunidos, a su vez, en tres subíndices: el básico incluye cinco pilares: instituciones, estabilidad macroeconómica, infraestructuras, salud y educación básica; el de eficiencia está formado por tres pilares: educación superior y formación continua, eficiencia del mercado de trabajo y tamaño del mercado; por último, el de innovación aglutina tres pilares: preparación tecnológica, sofisticación empresarial e innovación, propiamente dicha.
Las conclusiones más importantes del informe publicado a finales de 2019 son las dos siguientes. Por un lado, que, diez años después del inicio de la crisis, la brecha entre el noroeste y el sureste de la UE sigue existiendo; y, por otro, que las regiones en las que se ubica la capital de cada país y/o las grandes regiones metropolitanas son, con diferencia, las más competitivas debido, sobre todo, a los efectos de aglomeración y a la buena conectividad existente entre actividades económicas y capital humano. En esta última edición, la región de Estocolmo resulta ser la más competitiva, sobrepasando así a Londres que, en ocasiones anteriores, se alzaba siempre con la primera posición. La región menos competitiva es Voreio Aigaio, en Grecia. Por otro lado, las disparidades regionales en materia de competitividad son muy intensas en Francia y España, y bastante menos pronunciadas en los países del centro-norte de la UE.
Aparte de las grandes diferencias existentes entre las regiones españolas, otro aspecto que es interesante resaltar es que, en términos comparativos, sólo dos comunidades vieron mejorada su competitividad entre los años 2000 y 2019, las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla; del resto, once no la vieron modificada y seis (Castilla-La Mancha, Extremadura, Cataluña, Comunidad Valenciana, Andalucía y Murcia) la vieron empeorada. Madrid, como ya se dio a entender previamente, es la región española más competitiva, pese a lo cual ocupa la posición 98 dentro de las 268 regiones consideradas; por su parte, Melilla, pese a haber mejorado, es la región menos competitiva, ocupando la posición 261.
En cuanto a Cantabria, hay que subrayar que su posición es la 174, por debajo de la media de la UE, con un valor de su RCI de 47,43 sobre un máximo de 100 y un mínimo de 0; esta posición es algo inferior a la que ocupa la región en materia de PIB per cápita, donde, con un valor de 82 sobre una media comunitaria de 100, se ubica en el puesto 159. De los tres subíndices que conforman el RCI, Cantabria logra los mejores resultados en el básico (56,12), seguido del de eficiencia (54,18); bastante por debajo de la media, con un registro de 42,46, se encuentra el subíndice de innovación, ámbito en el que claramente suspendemos. En relación con los pilares, la puntuación más elevada la obtenemos en el área de salud, con un registro de 88,1 sobre el máximo, ya mencionado, de 100. Por el contrario, en materia de sofisticación empresarial obtenemos el peor registro (24,4), al tiempo que en el pilar de la innovación obtenemos un valor de 42,42; son precisamente estos dos resultados los que hacen que en el subíndice de innovación obtengamos una puntuación bastante baja, ya que en el pilar de preparación tecnológica estamos por encima de la media comunitaria.
Al igual que hemos subrayado en otras ocasiones, cuando hemos analizado anteriores ediciones del RCI, la lectura de estos resultados, tanto en relación con Cantabria como con España, nos conduce a un corolario muy sencillo: tenemos un problema de competitividad regional (y, por lo tanto, nacional) que no estamos siendo capaces de corregir. En líneas generales, éste está relacionado con la escasa importancia efectiva que se da en nuestro país (y, por ende, en Cantabria) a todo lo relacionado con la innovación, lo cual se traduce, de hecho, en una reducida inversión en esta materia. Parece, por tanto, que sólo actuando sobre esta palanca estaremos en condiciones de mejorar la competitividad. ¿Serán capaces nuestros empresarios de hacerlo?
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Ana del Castillo
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