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El 3 de julio de 2022 fue un día aciago para nuestro país porque murió, a los 79 años de edad y de forma inesperada, uno de sus hijos más sabios y valiosos. Ya sabemos que la sabiduría y el valor verdaderos cotizan poco en ... esa bolsa de la fama que es el mundo mediático presente, pero su obra está llamada a perdurar.
Fernando García de Cortázar fue sabio en Historia y valioso en civismo, en plantar cara a la mafia político-social que se adueñó de su tierra. Vasco de raíz antigua, bilbaíno de raigambre liberal y, a fuer de tal, español abierto, integrador y prodemocrático, Cortázar fue un jesuita de los de antes, forjado en el humanismo más exigente y menos dado a las modas teológicas del día (o de la noche).
Hasta hace muy pocas semanas, Fernando García de Cortázar se encontraba en pleno vigor intelectual. Publicaba unos artículos luminosos, y yo diría únicos, sobre la realidad española y los males profundos que la corroen. Y en los últimos años publicó dos libros emocionantes sobre nuestro pasado, revivido en tantos monumentos y paisajes excepcionales. Digo emocionantes, porque lo que más singulariza a Cortázar entre sus colegas es su capacidad para transmitirnos pasión, amor, sentimiento. Frente a la ciencia aséptica, la labor analítica y descomprometida, de tantos profesionales de la Historia, Cortázar, como Menéndez Pelayo, hacía de ella algo palpitante y comprometedor. Porque el que España sea una nación, si no implica afectos hondos por ella, entonces no significa nada que valga la pena.
Historiador generalista y divulgador admirable, Cortázar fue, sobre todo, un escritor de primer orden, dueño de una prosa de las más brillantes que se han cultivado en nuestra lengua en mucho tiempo, y poseedor de unos conocimientos de nuestra literatura como sólo se veían en los sabios de antes.
Pero, ya que cité a Menéndez Pelayo, no dejaré de lamentar aquí que la UIMP no le hubiera otorgado el Premio Menéndez Pelayo, que merecía como nadie en el mundo hispánico, aunque solo fuera por su gigantesca dimensión humanística, evocadora de la figura del gran polígrafo cántabro. Igual que había hecho con la figura de Julián Marías, planteé la propuesta al Alcalde de Santander para que formalizase su candidatura ante la UIMP, pero fue desestimada. Se me dijo que esa candidatura debía hacerse por consenso de todos los grupos municipales y era obvio que al socialista no le iba a gustar el historiador jesuita que tanto combatió la visión mezquina de España de los gobiernos de Zapatero.
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