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No falla. Cada cierto tiempo en España nos desgastamos en una estéril batalla pseudohistórica. «Nada que celebrar», pintura roja en estatuas, quitar y poner monumentos. Y un clásico, la bandera nacional no como emblema sino como arma arrojadiza.
¿Y si nos atrevemos a actuar ... en el presente? ¿O dejamos para nuestros tataranietos que nos solucionen el hoy con carácter retroactivo, tal y como estamos haciendo nosotros?
Porque tirar pintura a Colón no sé si cambiará América, pero hay unos cuantos países en el mundo, y no menos ciudadanos en nuestros propios terruños, a los que una ayudita no vendría mal. Un paseo por las noticias internacionales o incluso locales y no falta una lapidación, esclavismo, amputaciones de manos, dictaduras de todo tipo y pelaje, genocidios. Y últimamente, una nada velada cruzada con significativos silencios patrios.
¿Dónde ponemos el esfuerzo? En el presente o en el remoto pasado. No veo yo al valiente de la brocha embadurnando con la misma pintura roja a Putin, al Emir de Catar, al todopoderoso Xi Jinping o al Talibán de turno. La historia importa, y mucho. Pero revisarla a cada paso con una mirada interesada y desde el siglo XXI es cuánto menos curioso y cómodo.
Es bastante simplón despojarnos de culpa y descargar toda la responsabilidad de la situación de un territorio en unos antepasados. ¿Hasta cuando nos remontamos? Parece que Sudamérica, no Iberoamérica y menos Hispanoamérica, que crea sarpullido, está cómo está por culpa de mis ancestros. España hace bastante que no pinta mucho en casi ningún sitio. Desde Trafalgar en 1805 el asunto fue de capa caída y muchos países de América llevan ya doscientos años de independencia.
Genocidas, esclavistas, inquisidores... En cada españolito hubo un criminal por lo que parece. Aunque no en todos. Cuando interesa discriminamos por comunidades. ¿Quiénes pedimos perdón? Hace tiempo que se dio el pistoletazo de salida para asaetear al pasado imperio español. Ingleses, estadounidenses, alemanes y hasta el Papa nos piden explicaciones. Y por supuesto, donde más les hacemos el juego es en territorio ibérico. Aquí, cainismo a sangre y fuego. A la vieja usanza.
Pero donde esté una peli de romanos, que convencían a los bárbaros con poemas de Catulo, y novelas del oeste, donde el sioux cortaba cabelleras porque no estaba por la labor de tomar el té a las cinco, que se quite el fascista del Cid o el genocida de Pizarro. Es indiferente recordar que un tal Sócrates entre discurso y discurso se dedicaba a repartir mandobles por el Egeo o que Tolkien era teniente del imperio británico.
A mediados del s. XIX el poeta Joaquín Bartrina escribía: «Oyendo hablar a un hombre, fácil es / si os acertar dónde vio la luz del sol: / si alaba Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés; / y si habla mal de España, es español».
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