Secciones
Servicios
Destacamos
Los sociólogos y politólogos coinciden en que uno de los problemas de las naciones africanas radica en la permanencia del sentimiento tribal, por encima ... del de la identidad de país. Las tribus han conformado, a lo largo de siglos, una consanguinidad labrada por intereses, idiomas, religiones y estructuras económicas comunes. El tribalismo tiene una base que frena el desarrollo social, económico y cultural de la sociedad ya que prima la defensa de los miembros del grupo por encima de cualquier legalidad y razonamiento. A ello se suma la definición identitaria, mediante la oposición y enfrentamiento a otras tribus.
Un análisis de los mecanismos que conforman la voluntad popular en España conduce a pensar que persiste una corriente tribal de fondo, que entorpece la adscripción de nuestro país a las democracias más evolucionadas. El sentimiento tribal modifica el planteamiento racional para distorsionar los hechos y defender, contra toda lógica, la conducta de los miembros de la tribu. Los partidos políticos son una forma posmoderna de la tribu. Por esa razón, cuando un alto cargo de un partido comete un error en la gestión o, lo que es peor, entra en el terreno del delito, la tendencia tribal hace que se disculpe lo ocurrido, se trate de difuminar los hechos y se termine por acudir al enemigo exterior como justificante.
Sobre ese sustrato de acciones ajenas a la racionalidad se distorsiona el propio sistema democrático. Si además se antepone la emoción a la racionalidad tendremos la mixtura perfecta para tomar decisiones equivocadas. El papel de los medios de comunicación en la formación de ideas que concluyen en decisión de voto es de primordial importancia y por ello hay que tener presente que las pulsiones tribales pueden magnificarse con corrientes de información que favorezcan determinadas posiciones de la opinión pública. Walter Lippmann, periodista norteamericano, analizó con rigor ese fenómeno que hace que una persona, un informador o un político, vean lo que quieren ver, en lugar de percibir la realidad.
Sobre ese sustrato, los mecanismos de formación de la opinión pública, y en consecuencia de la determinación del voto, se ha erigido un fenómeno novedoso: el predominio del sentimiento sobre la realidad. Se construye una realidad paralela en la que se obvia lo que se ve para sustituirlo por lo que se siente, por lo que se desea. Los movimientos populistas se alimentan de esa manera y consiguen que la realidad se ubique en segundo plano y se coloque el foco sobre las ideas predeterminadas.
Ese andamiaje que eleva ideas y sentimientos más allá de toda racionalidad se hace más importante en una sociedad que recibe la información por múltiples canales -muchos de ellos espurios- que no proporcionan el suficiente contexto a la información. Los gobiernos y las grandes corporaciones se han apropiado de fuentes primarias para eliminar datos que son esenciales para situar en el paisaje real lo sucedido.
Una sociedad que pretenda avanzar hacia metas que eleven la justicia, la solidaridad, la libertad y otros valores esenciales al ser humano debe abandonar el sentimiento tribal, para entrar un universo racional. En España, los movimientos independentistas son un claro ejemplo de esa pulsión tribal, en la que unas minorías pugnan por encerrarse en si mismas y exaltar los icónicos valores de su tribu por encima de realidades que se ocultan tras unos telones de manipulación y egoísmo.
Basta con asomarse a la ventana universal de las pantallas de TV para comprobar que esa tendencia al regreso a los valores de la tribu es muy española. Hemos asistido a sucesos como el de los chalecos amarillos en Francia, el bochornoso y delictivo asalto al Capitolio en EE UU o a las protestas de todo tipo en diferentes países y en todos esos lugares, los grupos que salían a las calles para mostrar su indignación llevaban la bandera de su país. No trataban de fragmentar la nación, sino de introducir cambios que en ocasiones eran acertados y en otras, errores manifiestos. Pero siempre con la idea de mantener la unidad de la nación.
En España cuando algunos colectivos salen a las calles o tratan de rodear el Congreso o asaltan el Parlamento catalán, resulta imposible encontrar alguna bandera de España. Y es lógico, porque la meta de los grupos disconformes no es otra que el regreso a la tribu, a una situación introspectiva que aleje a los ciudadanos de los amplios horizontes de un mundo abierto, o como escribió Ciro Alegría un «mundo ancho y ajeno».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.