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Kirk Douglasnació en Nueva York en una familia de judíos emigrados desde la humillante Zona de Asentamiento de hebreos en el imperio ruso: aquella 'Chertá Osiedlosti' que se extendía desde la costa de Lituania en el Báltico hasta el litoral del mar Negro en ... la actual Ucrania, con una cuña más a occidente hacia Varsovia y Lodz, en Polonia.
Del antisemitismo y la miseria forzada también huyeron las familias judías de otros famosos intérpretes como Harrison Ford (Bielorrusia), Dustin Hoffman (Ucrania), Scarlett Johansson (Rusia y Bielorrusia), Adam Sandler (Lituania), Daniel Day-Lewis (Letonia y Polonia), Jake Gyllenhaal (Polonia y Rusia), Ben Stiller (Polonia y Austria), Joaquín Phoenix (Rusia y Hungría), Lauren Bacall (Rumania y Bielorrusia), Daniel Radcliffe 'Harry Potter' (Polonia, Rusia y Lituania), Lisa Kudrow de 'Friends' (Bielorrusia y Hungría), Barbra Streisand (Polonia y Rusia), Tony Curtis (Hungría), Paul Newman (Polonia y Hungría), Billy Crystal (Lituania y Austria), Jerry Lewis (Polonia) y tantos otros, como el sefardí Hank Azaria, oriundo de Grecia, voz de personajes de 'Los Simpson' y en cuya casa se hablaba aún el ladino. Hasta el detective de la desgarbada gabardina, el teniente Colombo (Peter Falk), descendía de judíos emigrados desde Hungría, Rusia y Polonia.
Por el lado de directores y productores la lista no sería menor: de Polonia, Jack L. Warner (de la Warner Bros.) y Samuel Goldwin (la Metro-Goldwin-Mayer); de Austria, Billy Wilder ('Primera plana', 'Con faldas y a lo loco'); de Ucrania, Steven Spielberg y Mel Brooks; de Lituania, Woody Allen; de Hungría, Michael Curtiz ('Casablanca') y George Cukor ('My fair lady'). Llenaríamos todo el periódico mencionado a cuantos, como el recién desaparecido Kirk Douglas, el hijo del trapero Demsky, aprovecharon la oportunidad americana y escaparon al Holocausto, queriendo o sin querer.
Acaba de fallecer también el gran crítico de la literatura George Steiner, en su tranquila calle residencial a las afueras de Cambridge. Cuando nació en París, sus padres, judíos, habían huido del antisemitismo de Viena. Después lo harían también de Francia ante la llegada de los nazis. George y otro compañero serían los únicos niños supervivientes de su curso. En octubre pasado murió asimismo otro grande anglosajón de los estudios humanísticos, Harold Bloom, hijo de judíos bielorrusos y ucranianos que, por fortuna, habían abandonado Europa a tiempo.
También descendía de hebreos emigrados desde Europa oriental Stanley Kubrik, que dirigió a Douglas en películas antológicas como 'Senderos de gloria' y 'Espartaco'. Esta última se filmó parcialmente en España: Colmenar Viejo, Aldea de Fresno, Navacerrada, Rascafría y Alcalá de Henares. Uno de los extras de aquellas escenas masivas llegaría a ser con el tiempo rector de la Universidad de Cantabria. Veinte años después de nuestra guerra civil y apenas 15 desde la mundial, los hijos de los judíos europeos trasplantados al nuevo mundo regresaban al viejo para contar una historia épica de rebelión social y liberal, la masiva sublevación de gladiadores y esclavos contra la República romana.
En otras ocasiones regresan con ánimo filantrópico, como el empresario Stuart Weitzman, que apadrina la promoción de la Cueva de La Garma. En la Cantabria autónoma nunca hemos querido darnos por enterados del pasado judío de las tierras montañesas y de las castellanas próximas. Sin embargo, reaparece a la mínima. Un reportaje de una ruta burgalesa nos recuerda la gran aljama de Villadiego, en las cercanías de Amaya. Solo el lamentable abandono de la recuperación histórica y arquitectónica de la Puebla Vieja de Laredo impide «poner en valor», como se dice hoy con jerga económica, la importante judería pejina. Tuve la oportunidad de explicar a varios próceres hace algunos años la posibilidad de crear allí un museo sobre las juderías medievales del norte de España, que sería un atractivo turístico de primer orden y al que no le faltarían mecenas internacionales. Pero me sentí como el proverbial tren observado por las vacas. Ahora el museo lo va a promover el alcalde Martínez Almeida en Madrid, para que la Fundación HispanoJudía lo ponga en marcha en el Paseo del Prado. Es lo que hay: después nos quejamos de la EPA, del paro registrado o del IVA de 2017.
Nuestra radical insensibilidad nos sentencia más que un tribunal supremo. No se pueden dejar tantas cadenas de televisión en manos de Berlusconi y de la izquierda de altas retenciones, que luego pasa lo que pasa. Europa (España) tiene que hacer la contrición del doble pecado de su antisemitismo. Primero: tiende a no respetar la igualdad fundamental de los humanos; flojeamos de racismo con demasiada facilidad y nuestros nacionalismos son histriónicos y antiliberales. Segundo: Europa se priva de este modo a sí misma del talento que otros, como hemos comprobado al tratar de Kirk Douglas y del Hollywood de ayer y hoy, han sabido convertir en arte, ciencia, negocios serios y educación sentimental de valor universal. Tenemos mucho que reflexionar sobre nuestra falta de 'catolicismo' literal, pues ello significa sencillamente 'universalismo' ('según el todo', decía el griego), y vamos escasitos de combustible tan vital.
Hay una frase del final de 'Espartaco' en que, ante la pregunta del romano a los cautivos sobre quién es su líder y tras haberse identificado este, todos responden en serie solidaria: '¡Yo soy Espartaco!' Esa escena fue idea de Kirk Douglas; Kubrik la rodó de mala gana. Para conseguir el sonido de muchas gargantas con la dichosa frase, tuvieron que convencer a los más de 73.000 espectadores de un partido de fútbol americano en Michigan. Europa, España, habrán cambiado sustancialmente a mejor cuando, ante cualquier minoría o colectivo perseguido por su diferencia, la gente sepa ponerse en pie y decir su '¡Yo soy Espartaco!' Para que llegue ese momento, se necesita mucho más que el CSI de las cunetas. Es en el alma donde hay que exhumar.
Leí el otro día en un medio hipernacionalista vecino la expresión «los grupos municipales españoles del ayuntamiento de Donostia». Hombre, no iban a ser franceses… El espartaquismo es, por tanto, imprescindible mientras exista gente que convierte sus bromas en dogmas. Que no nos gobiernen estos 'brogmas' es de toda necesidad. El periodista tiene más trabajo aquí que un dependiente de Regma en un día soleado.
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