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Un viejo periodista local, ya fallecido, escribía frecuentes informaciones sobre asuntos relacionados con proyectos de obras en Cantabria, bien aquellos anunciados por los organismos públicos, fueran estatales o regionales, bien esos otros que entran de lleno en el incierto terreno de la especulación e incluso ... algunos nacidos de la imaginación del redactor, quien trasladaba al papel sus propias ideas al considerarlas muy beneficiosas para el conjunto de los ciudadanos. Pero entre que los planes oficiales no se cumplían, y las teorías y opiniones del periodista no se concretaban, surgió, en modo chacoteo, un nuevo género periodístico, el del «se va a hacer». El hecho de que las propuestas no llegaran a buen puerto tenía un lado positivo. Pasado un tiempo, digamos un año, no era extraño ver publicado de nuevo el mismo reportaje con el solo trabajo de ponerlo al día.
Esa es la historia de la política de Cantabria. Vivimos en una tierra en la que el «se va a hacer» se ha institucionalizado, es ya un modo de vida, y convivimos con el «vuelva usted mañana» de Larra, donde ese mañana remite sin remedio al mañana siguiente. Para qué vamos a hacer hoy lo que podemos dejar para otro día. En su última visita al Ateneo santanderino, Fernando Savater desmontó el recurrente lamento de que «no nos merecemos los gobernantes que sufrimos», porque «lo peor de los políticos es que se parecen a los ciudadanos que los han elegido». Tenga o no razón el filósofo donostiarra, parece clara la incongruencia que supone el voto en favor de quien ha demostrado de un modo suficiente su incapacidad en la obtención de resultados, no cumple lo que promete y presenta como un éxito de gestión lo que no es sino un fracaso descalificante.
Al igual que en la comedia de Corneille, podría decirse del actual equipo dirigente que «los muertos que vos matáis gozan de buena salud». El «se va a hacer», secularmente instalado en esta comunidad, conoce una nueva ofensiva en la que no solo se incluyen los logros por venir sino que se dan vivas a una sorprendida ministra de Transportes cuando Cantabria no tiene ni un metro de la alta velocidad en su territorio. Pero entramos en época preelectoral, por lo que el presidente Revilla dijo, como tantas otras veces sin acertar ninguna, que para la llegada del AVE a Cantabria «ya no hay marcha atrás». Termina el año y nos preparamos para otra catarata de promesas en 2022. La más inmediata, la licitación y comienzo de construcción del Mupac. Y después, La Pasiega, el tren rápido a Bilbao y lo que haga falta. En 2023 nos dirán lo mismo.
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