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Partiendo de la base de que los virus ocupan el interior de las células y utilizan su maquinaria para reproducirse, resulta difícil eliminarlos sin matar ... la célula huésped. Los enfoques más eficientes que ha adoptado la ciencia para enfrentarse a las enfermedades víricas son las vacunas, que generan en el individuo resistencia a la infección, y más recientemente los fármacos antivirales.
Edward Jenner descubrió la primera vacuna, contra la viruela, en 1796, utilizando una variedad distinta de la enfermedad y demostrando que se producía inmunidad en el paciente. Louis Pasteur fue un paso más allá en 1885, debilitando los virus de la rabia para conseguir una vacuna efectiva. Lo más notable es que estos éxitos se consiguieron antes de descubrir los virus.
La fabricación de vacunas ha mejorado, todavía se sigue utilizando el método de atenuación de Pasteur, pero ahora tenemos más herramientas. Se fabrican partiendo de virus inactivados, de toxinas inactivadas o de partes específicas del virus; desde la ingeniería genética se diseñan las de vector recombinante, utilizando el cuerpo de un virus y el material genético de otro, o las de ADN, en las que se inserta ADN del virus en células humanas. En todos los casos tenemos vacunas más seguras, que no provocan infecciones graves en el paciente. La única pega es que una mutación del virus puede dejarnos sin respuesta.
Los fármacos antivirales comenzaron a desarrollarse en los 60, por ensayo y error. El primer antiviral selectivo fue el aciclovir, comercializado en 1982, que es efectivo frente al virus del herpes. A partir de los años 80, a raíz de la pandemia de SIDA y gracias a los avances de la ingeniería genética, la investigación en antivirales experimentó un gran impulso.
A diferencia de las vacunas, los antivirales no crean inmunidad en el huésped, sino que centran su actividad en combatir el virus a partir de tres estrategias básicas: la primera es el bloqueo de la entrada de los virus en la célula, la segunda es la interrupción de la replicación del material genético del virus, y la tercera interfiriendo con las proteínas del virus.
Sintetizar un antiviral y ponerlo en el mercado es un procedimiento largo y costoso; por ejemplo, el aciclovir se descubrió en 1974, y no se pudo comercializar hasta 1982. Además, hay un problema añadido: a largo plazo, los patógenos adquieren resistencia a los medicamentos, ningún antiviral puede ser una solución permanente.
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