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Una especie literaria única

En estos tiempos de recuento de seguidores como aliciente vital,practicaba una escritura en la que el autor desaparece en favor de sus personajes

Martes, 10 de marzo 2020, 10:15

José Jiménez Lozano es, ha sido, un escritor particular, único. Heredero de la mejor tradición cervantina, admirador de Benito Pérez Galdós y Azorín, a quien recomendaba para favorecer la claridad en la escritura; profundo conocedor de los místicos castellanos, de los clásicos grecolatinos, de la tradición literaria europea, con especial predilección por autores como Blaise Pascal o Simone Weil, constituye él solo una especie única en el panorama literario español.

Miembro del grupo ligado a 'El Norte de Castilla', con Miguel Delibes como gran referencia y con nombres como Francisco de Cossío, José Luis Martín Descalzo, Francisco Umbral o Manuel Leguineche, entre muchos otros, a caballo entre el periodismo y la literatura. A todos ellos la escritura en el diario castellano les «soltó los dedos», como solía decir Delibes. Cada uno con sus características y su personal visión, Jiménez Lozano destaca, pese a ser uno de los grandes autores en español, por su personalidad ajena a los usos del mundo literario.

En estos tiempos de yoísmo exacerbado, en los que el recuento de seguidores y 'me gustas' constituye un aliciente vital, Jiménez Lozano practicaba una escritura en la que el autor desaparece en favor de la historia y, sobre todo, de los personajes. Eran los suyos, por lo general, gente común, sabia, o trasuntos de algunos de sus escritores de cabecera, o filósofos de la antigüedad con los que departía como dos amigos que se admiran. Don Blas, el Mudejarillo y Tesa son más que personajes de novela y para darles a ellos voz consideraba imprescindible ocultar la suya propia.

El estilo del escritor carecía para él de importancia. Venía dado por lo que se contaba y por los que participaban en la narración. Los grandes argumentos de la Historia, las voces de los poderosos ya tenían sus relatores. A él le interesaban más la historia con minúsculas, los actores secundarios, los protagonistas de los pequeños relatos.

Nunca le interesó ser un escritor de éxito. Prefería «un puñado de cómplices» a tener miles de lectores. Casi nunca presentaba un libro, y era refractario a actos literarios. Sin embargo, no dejó de acudir a invitaciones en colegios e institutos.

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